Por Gustavo Toledo
Doña Rosa, oriental, casada, de 47 años, tiene dos hijos adolescentes y vive en La Teja, en una casita alquilada de dos habitaciones y un jardincito del tamaño de un repasador de cocina. Tanto ella como su esposo trabajan (él en la construcción y ella haciendo limpiezas por horas). Entre los dos suman ingresos por no más de 26.000 pesos al mes (la Canasta Básica Familiar, es decir el ingreso básico necesario para sustentar una familia de cuatro integrantes, los padres y sus dos hijos, es de 28.400 pesos).
Doña Rosa, como buena ama de casa, administra los recursos de la familia con mano de hierro. Cuida cada peso como si fuera el último; camina y camina todas las mañanas buscando ofertas, a veces en lugares tan recónditos como impensados; reclama los gramos que le faltan para llegar al kilo; devuelve los envases retornables; junta las tarjetitas de descuento; pelea cada precio con ferocidad perruna. Es lógico, de eso depende poder llegar a fin de mes.
Doña Rosa no se viste a la moda. No tiene cable. No va al cine ni a boliches bailables. Y no es que no quiera usar ropa de marca; mirar HBO y El Gourmet tirada en la cama; ir al Movie Center una vez por semana o de vez en cuando salir a mover el esqueleto. ¡Claro que quiere! Sólo que no puede…
Doña Rosa vive con la calculadora en la mano. Priorizando gastos: alimentos, alquiler, salud, luz y agua. No hace lo que quiere; hace lo que debe. Así de simple.
Está claro que doña Rosa no fue a Harvard ni a Oxford. No conoce la Escuela de Chicago. Nunca tuvo un libro de Macroeconomía en sus manos. Ni nunca oyó hablar de Milton Friedman, Joseph Stiglitz o Rudi Dornbusch. Sin embargo, sabe más de Economía Práctica que todos ellos juntos. Su saber no pasa por las estadísticas, los cuadros comparativos o los indicadores de actividad económica, sino por el manejo mismo del dinero. Su conocimiento no es libresco, sino empírico.
Por ejemplo, tiene claro lo que no han tenido claro ninguno de nuestros últimos ministros de Economía: 1) que no puede gastar más dinero del que ingresa a su hogar y que los gastos superfluos son los primeros que deben ser recortados para evitar inconvenientes; 2) que no puede asumir compromisos financieros que ella y su pareja no pueden pagar; y 3) que si no ahorra en los tiempos de “prosperidad”, y la situación en determinado momento cambia de signo, no va a poder cubrir sus gastos ni sus deudas.
Entre 2005 y 2010, la recaudación estatal aumentó casi US$ 4.000 millones, pero el gasto público subió US$ 4.400 millones. Según el economista Ernesto Talvi, si Uruguay hubiera dispuesto de una regla fiscal como la chilena (que establece ahorrar los ingresos que se dan por encima de lo previsto), el gasto público habría aumentado en US$ 2.700 millones -60% del aumento observado- con lo cual se habría generado un superávit fiscal en los últimos cinco años. Así se habría podido formar un fondo de estabilización para ser usado en tiempos de crisis por US$ 1.200 millones.
Claro, la tentación de gastar es grande. La tentación de decir que “SÍ” a amigos, camaradas, aliados y electores, es grande. La tentación de hacer política gastando a costa de todos es más grande todavía. Basta con abrir la canilla y dejar salir el dinero. Hasta que un día alguien advierte el charco, pero ya es tarde para hacer algo...
Así como un buen padre o una buena madre debe saber decir que “NO”, un buen ministro de Economía debe saber decir que “NO”. Un buen presidente debe saber decir que "NO".
No tengo dudas de que doña Rosa, previsora, hubiese guardado un dinerito debajo del colchón para los tiempos de malaria, y, obviamente, no hubiese realizado gastos por fuera de su presupuesto.
Si yo fuera el Pepe, convoco a doña Rosa para el equipo económico. De ministra. De Presidenta del BCU. De Directora de la OPP. O de asesora. Alguien ahí adentro tiene que poner orden y decir qué es lo que hay que hacer, ¿no les parece?
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