Por Dr. Diego Martínez (*)
Nuestra sociedad quiere terminar con el ideologismo que concibe a todo pobre como un delincuente potencial. Y también con el criterio –ya de fecha vencida- que un menor de dieciocho años carece de discernimiento. La libertad y sus oportunidades –más que la teoría de las necesidades- es el camino para acercar al sistema con las soluciones que la gente reclama.
El tema encuentra un estado de opinión diferente en nuestra sociedad al que registraba años atrás. Todos conocemos la reivindicación social permanente por seguridad, así como el reclamo para disminuir la edad de imputabilidad, actualmente en 18 años, e involucrar de ese modo en procedimientos y penas más severas a jóvenes que actúan como delincuentes mayores y son procesados como menores.
Más allá de valiosas opiniones técnicas en contra de la disminución, o de argumentos con notorio tinte ideológico, lo que importa para definir este tema es la concepción que tengamos en relación al agente del delito.
Una vez más emerge la puja entre matrices ideológicas que se postulan para nuestro país.
Si entendemos que un joven delincuente es únicamente un producto de determinada estructura o fenómeno socioeconómico –la marginación, la pobreza, por ejemplo- y por ello debería exculpársele, directamente estaríamos ignorando su condición de persona y negando su libre albedrío. Desde este ángulo podremos oír que “cada sociedad tiene los presos que se merece”, frase harto conocida que no hace más que aproximar el tratamiento del tema a aquel concepto de Carlos Marx en “Prefacio a la crítica de la economía política”, cuando sostuvo que “No es la conciencia del hombre lo que determina su existencia, sino su existencia social lo que determina su conciencia”.
Por este rumbo, los delincuentes y particularmente los más jóvenes no tendrían nunca la culpa por su condición, pues la culpa sería de toda la sociedad. He aquí la matriz iliberal que se cree con derecho a negar la condición humana de libertad natural y justificar tamaña cirugía en su ideología basada en la teoría de las necesidades.
Si por el contrario entendemos, que quienes aún a temprana edad incurren en conductas delictivas son seres libres y que aún condicionados por sus circunstancias socioeconómicas están en ejercicio del libre albedrío cuando delinquen, podremos plantearnos un camino de reivindicación a partir del propio individuo, valorado como persona y no como cosa. Con la ponderación y escalonamiento que las circunstancias aconsejen.
Aquí nos ubicamos en una posición radicalmente diferente. O reconocemos, o negamos la libertad del individuo.
Nos paramos en la matriz liberal del Uruguay. Se trata de abordar la situación de los menores y adolescentes delincuentes no como “ángeles o demonios”, inocentes o culpables de todo, sino como “sujetos de derechos y de responsabilidades”, tal como ha sostenido el Profesor de Criminología de la Universidad de Buenos Aires, Emilio García Méndez. Seres libres, en definitiva, concientes de su existencia y de las consecuencias de sus conductas. Y tal vez sea en la prueba de esa conciencia, de la capacidad de discernimiento, donde reside la dilucidación de este tema tan llevado y traído por la sociología criminal y hasta por las tesis fisiologistas del delito infantil mencionadas por Irureta Goyena en sus “Notas” al Código Penal de 1934.
Una investigación de Unicef sobre infracciones y sanciones de adolescentes en Montevideo, reveló sobre 2004 que alrededor del 70% de imputados adolescentes, víctimas y policías, no presentaban discrepancias en torno a la entidad de la lesión del bien jurídico en que intervinieron. La conclusión era relevante en cuanto a la conciencia que manifestaban los imputados sobre sus propias conductas.
Desde el otro lado, el de los ciudadanos que ya no quieren seguirse concibiendo como potenciales víctimas –sino, naturalmente, como aspirantes a la felicidad individual- también la libertad es el camino. De ahí, el error profundo en que han incurrido quienes salieron al cruce de la recolección de firmas para habilitar modificaciones en la Constitución uruguaya. Es la libertad de nuestros ciudadanos, principalmente los más desfavorecidos, que se siente convocada a sonreir. Y superar, por fin, ese agravio ideológico que considera a las personas un resultado material y no un constructor de su propio destino. Sea como sea su cuna.
(*) Abogado. Dirigente del Partido Colorado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario