Hay una fecha contemporánea que debería inscribirse
en nuestra historia como una de las mayores derrotas nacionales. Algo así como
la hecatombe artiguista en Tacuarembó, en 1820, cuando sucumbió su sueño de una
federación de provincias libres. Esa fecha es el 2 de octubre de 2006, el día
en que el gobierno uruguayo presidido por el Dr. Vázquez definitivamente cerró
toda negociación de un Tratado de Libre Comercio con los EE.UU. y,
eufemísticamente, anunció que buscarían otras formas de relacionamiento. Sin
advertirlo la generalidad de la ciudadanía, quedamos prisioneros de la
arbitrariedad de los gobiernos argentinos. Esta consecuencia, que entonces no
se quería ver, hoy la padecen en carne propia los miles de trabajadores que han
ido quedando sin trabajo en talleres de confección, fábricas de automóviles o
imprentas, instalados al amparo de la realidad jurídica del Tratado de
Asunción, que disponía -y dispone aún en la letra- que las mercaderías circularan
libremente entre los miembros del Mercosur.
De este modo
culminaba un debate nacional que se había iniciado el 6 de agosto de ese año
2006, cuando el Dr. Vázquez, en la Cámara de Comercio Uruguay- EE.UU., había
anunciado la posibilidad del TLC, rubricándolo con la siguiente frase:
"Recordemos que la historia no retrocede, que la historia no se detiene,
pero tampoco la historia se repite. El tren, algunas veces, pasa una sola
vez".
En la misma
posición estaba también el Ministro de Economía de la época, el Cr. Danilo
Astori. La declaración produjo un terremoto político. Por un lado, se volcaron
a favor de ese audaz paso los partidos de oposición, alcanzándose así un
consenso político muy fuerte. Por otro, el Frente Amplio sintió herido su viejo
dogma ideológico contra los EE.UU., encarnación del "imperialismo".
El Ministro de Relaciones Exteriores Sr. Gargano representó ese sentimiento
adentro del gobierno, que se proyectó hacia sus estructuras políticas de base.
El 15 de julio, luego de arduo debate, el Frente rechazó drásticamente la
propuesta y, en setiembre, el Presidente Vázquez dirigió una carta al
Presidente de Brasil, Lula da Silva, abogando "por más y mejor
Mercosur", anticipando así su decisión de octubre.
En esos dos
meses, un debate interno del plenario frentista terminó en la adopción de la
mayor decisión estratégica que se le hubiera planteado a nuestro país en el
siglo XX.
Es obvio que
iniciar negociaciones con EE.UU. nos sumergía en una pulseada con los socios
del Mercosur, donde estaba -y sigue estando- la mayoría de nuestro comercio.
Pero así como un día acordamos un TLC con México (el socio privilegiado de los
EE.UU.) y, luego de tensas deliberaciones, se terminó aceptando, en este otro
caso nada hicimos frente a los socios, renunciando a emprender el camino antes
de siquiera plantearlo. Desde ya que no era sencillo. Desde ya, también, que
los EE.UU. no eran para nosotros el mayor destino comercial de nuestra
producción. Pero nadie puede discutir que en forma rápida se hubieran
tonificado algunos sectores, como el textil por ejemplo (hoy en crisis
terminal).
Un acuerdo
con EE.UU. no era solo comercio inmediato. Era y es, además, el espacio
propicio a nuevas inversiones pensadas pa-ra acceder a ese mercado e, incluso,
generar en la comunidad internacional un interés hacia el país, una suerte de
garantía proyectada hacia toda la economía.
Poco después
de aquellos acontecimientos, en marzo de 2007, visitó Montevideo nada menos que
el presidente de los EE.UU. George W. Bush. Pareció que el tema podía reflotar,
pero volvió a quedarse en una relación "a la uruguaya", según se
explicó.
El famoso
eslogan de "más y mejor Mercosur" ha pasado a ser una broma de mal
gusto. Ni más ni mejor, desgraciadamente… Y cada vez peor, envueltos por la
telaraña de los gobiernos Kirchner: restricciones en el comercio, paralización
en obras de infraestructura portuaria en Nueva Palmira, eterna demora en el
dragado del canal Martín García, dificultades inmobiliarias y turísticas por
las trabas a la compra de moneda extranjera, acoso constante en la actividad de
la fábrica de pasta celulosa de UPM y todavía la amenaza de la posibilidad de
un acuerdo de información tributaria con una administración que
desembozadamente es usada para perseguir adversarios políticos…
Nunca se pensó,
naturalmente, que un TLC con EE.UU., u otro gran país, fuera intercambiable con
nuestra relación en la región. Pero está claro que en el penoso proceso de
subordinación al vecino que hoy padecemos, aquel paso atrás fue un mojón. Y que
el mismo es, sin ambages, una responsabilidad histórica del partido de
gobierno.
(*)
Abogado. Ex presidente de la República (1985-1990) y (1995-2000)
Fuente:
El País Digital
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