Por
Gustavo Toledo
Este domingo 5 de agosto, Don Carlos
Maggi cumple 90 años de edad. Para quienes tenemos el gusto de conocerlo, de
haber charlado con él en alguna ocasión y de seguirlo a través de la prensa y
la radio, este acontecimiento es una verdadera celebración.
No
es para menos: 90 años no se cumplen todos los días; y menos aún de la forma en
la que él lo hace: en plena actividad y con la chispa que siempre lo ha caracterizado,
ayudándonos a ver el Uruguay y el mundo desde un ángulo siempre original y
revulsivo, ayudándonos a entender la realidad más allá de los prejuicios y lugares
comunes a los que somos tan afectos los uruguayos.
Para
sus admiradores -entre los que me incluyo, “carlista” de la primera hora- Don
Carlos es bastante más que la suma de sus muchas y diversas facetas (abogado,
periodista, ensayista, historiador, dramaturgo, libretista de radio, guionista
y director de cine, letrista de canciones, empresario, docente, etc.); es, por
sobre todo, un libre pensador. Una rara avis en un medio proclive a
los encasillamientos y el aplauso fácil. Es decir, un intelectual de verdad, entre tanta cacatúa y pájaro enjaulado…
Don Carlos es una de las pocas personas
que en este paisito pacato y relamido, atado a convencionalismos y almidones
paralizantes, puede darse el lujo de llamarse así. Y aunque practica las dos
religiones más ampliamente aceptadas entre nosotros, el Artiguismo y el Batllismo,
se las arregló para hacerlo a su manera. Sin altares, ni fetiches. Bajándolas a
tierra, oxigenándolas. Dándoles vida, proyectándolas hacia adelante.
Así, demostró el vínculo entre el caudillo
oriental y los charrúas, los misterios del Lejano Norte y las virtudes de la
nación charrúa; reinterpretó a Don Pepe y su legado, haciendo hincapié en su
pragmatismo y espíritu libertario, lo que provocó la ira de los guardianes del
dogma batllista, es decir, como él mismo escribió, de los “adversarios de
Batlle”.
Enemigo del estatismo patológico, del
quietismo intelectual y de la cerrazón provinciana que nos impide ver más allá
de nuestras propias narices, se las arregla para llenar media página del diario
El País cada domingo desde hace años con su Producto Culto Interno y de brillar
cada viernes en La Tertulia de El Espectador, sin importar quiénes lo acompañan. Escucharlo y leerlo, cada semana, es una de
esas rutinas gozosas que admiradores y detractores lamentamos no poder hacer
cuando algún compromiso nos lo impide. Es que Don Carlos, con su cabeza abierta
y despierta, nos ayuda a pensar. Y eso, créanme, no es poca cosa.
Dicen que una vida bien vivida equivale
a muchas vidas y Maggi es un claro ejemplo de ello. Cuando se vive para
adelante y se mantienen las velas desplegadas, como él lo hace, no hay vientos
malos. Ya lo dijo el viernes pasado,
cuando sus compañeros de Tertulia le rindieron homenaje por sus primeros
noventa años. “Nunca me negué a la vida. Siempre que se me presentó una
oportunidad, la agarré”. Y ahí está el secreto de su eterna juventud, en sus
ganas de vivir.
Nunca
estuve de acuerdo con Mauricio Rosencof y posiblemente jamás lo esté, salvo en
una cosa: “el pibe no cumple, siembra”.
¡Salud, maestro!
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