no ser verosímil".
Guy de Maupassant
Por Rafael Rubio
¿Y
haciendo qué? ¡No entiendo qué tiene “ese viejo de mierda”, que se pasan todo
el día en su casa!
Años gloriosos los de la Nueva
Economía, por todos lados brotaban los conspiradores…
Gracias a internet, muchos uruguayos comenzaron a
pensar en Wall Street y en el Nasdaq.
También muchos uruguayos que residían
en Norteamérica regresaron y alentaban a los de aquí, y les decían que era
posible, que estaba a su alcance, que lo intentaran.
La Nueva Economía repatrió gente que
inmediatamente se reflejó en algunos conspiradores locales.
Juntos soñaron ese Uruguay que aún
desean alcanzar, para el cual se deben cambiar visiones y conductas.
Entonces partían a encontrarse en
extramuros, en el “bunker toscano” del
mayor conspirador local.
Había un núcleo base de cuatro o cinco
conspiradores entre locales y repatriados, que se enriquecía con invitados
especiales.
Más que el grupo, lo permanente era el
entusiasmo y la innovación en procura de promover un salto al futuro y evitar
que el país imitara al “fuska” que el conspirador anfitrión tiene en su patio.
Llegaban bastante antes del mediodía,
como para elegir qué copetín tomar y pasadas las diez de la noche o más se
retiraban, generalmente rechazando una cena que generosamente les era ofrecida.
Esos encuentros eran los sábados, y una
vez que estos conspiradores tercermundistas llegaban a Montevideo, comenzaban
los reproches femeninos.
¿Y haciendo qué? ¡No entiendo qué tiene
“ese viejo de mierda”, que se van para su casa y se pasan todo el día!
Las mujeres nunca entendieron cómo se
arma una revolución...
Luego, la burbuja de internet se pinchó
y más luego, también el país lo hizo....
Años después, un conocido periodista
reconocido por su buen gusto en la elección de su querencia, publicó un libro
en el cual recogía las conversaciones de este
conspirador anfitrión, con un “patricio querido, hombre de dialogo y
composición”, que lamentablemente hoy ya no está entre nosotros.
Y ese libro atrapó a uno de los asiduos
conspiradores, que hasta que no lo terminó, no abandonó su lectura.
Entonces su esposa lo increpó: “qué
tiene de maravilloso ese libro que te has pasado todo el fin de semana
leyéndolo sin salir a ningún lado”.
Esa fue la clara demostración que a ese
incansable conspirador anfitrión, que ahora conversaba desde un libro, “las
mujeres no lo quieren”.
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