Dr. Julio María Sanguinetti |
Cuando
la Dra. Bianchi denunció, a principios del año pasado, el permisivismo
instalado desde la autoridades de la educación, el reclamo a los profesores de
hacer valer el respeto a su jerarquía y la necesidad de un profundo cambio de
rumbo en los criterios de exigencia académica y disciplinaria, recibió toda
clase de críticas de las gremiales docentes y de los sectores más radicales del
Frente. Se le acusó de autoritaria y elitista, porque sostenía que "la
inclusión social no se hace facilitando que no vayan al liceo, que no estudien,
que no importa tener notas bajas, promoviendo notas cada vez más bajas".
En medio de ese debate
irrumpió un video en que ella les reclamaba a unos alumnos desbordados que se
comportaran, que entendieran que como Directora era quien tenía la autoridad en
el liceo y que no la tutearan como lo estaban haciendo de modo grosero. Quien
lo difundió fue nada menos que el director del Ministerio de Educación,
presumiblemente pensando que de ese modo descalificaría a esa profesora tan crítica,
que invocaba la opinión de numerosos maestros y profesores que pensaban como
ella, pero que no hablaban en voz alta por temor a ser mal calificados por
Inspectores cuya directiva era la opuesta: facilitar el pasaje de grado, por
medio del "pase social", a fin de mejorar la estadística aunque el
rendimiento fuese pésimo.
El hecho es que, ante
ese testimonio vívido, la opinión pública de un modo abrumador se solidarizó
con la Directora, asumiendo que el buen orden de comportamiento, eso que antes
se llamaba, simplemente, "buena educación" era fundamental en un
centro de enseñanza, porque si ni aun en ese ámbito existían códigos de
conducta, la sociedad se desbarrancaba.
Han pasado los meses y
felizmente aquellos planteos ayudaron a que el reclamo opositor, de poner la
educación en el primer plano, fuera asumido por el Presidente de la República y
abriera el diálogo que aún transcurre. Los acuerdos que se vienen anunciando
son interesantes, aunque modestísimos, pero mientras se discute en el terreno
jurídico, la sustancia de la educación, su contenido en el día a día, sigue
mostrando al desnudo esa dramática realidad de desorden, bajo rendimiento,
tolerancia ante las faltas de profesores y alumnos y una generalizada
desjerarquización de directores y profesores, instalada en medio de una
indisciplina generalizada y un lenguaje de comunicación degradado por la
prepotencia y la palabrota.
Justamente, la
"escuela, laica, gratuita y obligatoria", aquí con José Pedro Varela,
como en Francia bajo la conducción de Jules Ferry, nació con el propósito
declarado de consolidar "la República", no sólo mediante el
conocimiento sino por la adopción de las prácticas propias de una comunidad civilizada.
El respeto a las jerarquías legales, a los derechos de los demás, a los
titulares del saber que son los profesores, a los códigos de convivencia
necesarios para vivir armónicamente en sociedad, están en la base de la
igualdad de oportunidades y derechos propios de la organización republicana. Si
no se acepta que el maestro está para enseñar y, como es natural, por encima de
quien debe ser enseñado, difícilmente se respetará al compañero de clase y, a
partir de allí, el espíritu de fraternidad, de solidaridad, se irá perdiendo en
la sociedad. Como se aprecia, ese es un aspecto esencial de la educación,
entendida no sólo como un proceso de transmisión de conocimientos sino de
valores ciudadanos.
Por supuesto, los
cultores del populismo cultural, que creen que degradar el idioma es una
expresión democrática y que borrar jerarquías y orden es republicano, pregonan
desde hace años esa caída cívica que hoy llega hasta la violencia. Como dijo la
misma Dra. Bianchi, "se barre bajo la alfombra que hay agresiones físicas
de alumnos y padres". Los profesores tienen miedo y así muchos lo han
dicho sin rubores. Impuesto el mundo de la patota, el permisivismo de arriba
desampara a quien lo necesita. Como decía un viejo liberal francés, "entre
el fuerte y el débil, es la libertad la que oprime y la ley la que
libera".
Más allá del valor
republicano en juego, también el mercado laboral, hoy, es mucho más exigente en
códigos de relacionamiento de lo que nunca fue antes. El trabajo sin
especialidad hoy tiene poca demanda. La mayor la ofrece el mundo de los
servicios (informáticos, telecomunicacionales, hoteleros, logísticos,
bancarios, de seguros, etcétera etcétera), mundo donde se precisan ciudadanos
civilizados.
Como dice Álvaro
Ahunchain en reciente y memorable artículo, "se ha impuesto la moda de que
para que un comunicador caiga simpático tiene que hablar comiéndose las eses,
hacer bromas sexistas y menoscabar al diferente. Hemos visto cómo a periodistas
respetuosos, sobrios y elocuentes, se les acusa de acartonados". Para
terminar: "aquellos que avalan la terrajada desde una supuesta amplitud de
enfoque intelectual terminan siendo funcionales a las industrias y los
gobiernos que apuntan conscientemente al embrutecimiento de la gente para
limitar su libertad". (**)
(*) Abogado. Ex presidente
de la República (1985-1990) y (1995-2000)
(**) Extraído del
diario El País, edición del 19 de febrero de 2012
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