El SEMANARIO RECONQUISTA es el órgano de prensa de la Agrupación Reconquista del Partido Colorado, fundado por Honorio Barrios Tassano y Carlos Flores. Director Prof. Gustavo Toledo.

domingo, 17 de marzo de 2013

Francisco


Por Gustavo Toledo

Nadie esperaba que fuera el elegido. Ni siquiera él mismo. Los apostadores, que nunca faltan,  manejaban otros nombres como favoritos. Las intrigas palaciegas, que tampoco faltan, hacían suponer que el heredero de Benedicto XVI sería otra persona. Quizás alguien más cercana al riñón del renunciante; algún italiano. Sin embargo, la historia volvió a llamar a su puerta. Y esta vez, a diferencia de la anterior, el Cardenal Jorge Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires, le abrió la puerta.

Cuando su colega, el francés Jean Louis Tauran, anunció: “Habemus Papam”, y acto seguido mencionó su nombre, salvo sus compatriotas y algunos uruguayos que seguimos las noticias de la vecina orilla, pocos conocían el rostro de este prelado llegado desde el fin del mundo. Eso no fue impedimento, empero, para que ese mismo día, en su primera comparecencia ante los miles de fieles auto-congregados en la Plaza San Pedro, y los millones que seguían por televisión el resultado de la fumata blanca, sorprendiera con su estilo sencillo y descontracturado, a contramano de los usos y costumbres del Vaticano. Y dejara en claro, a base de gestos y señales, que su papado no sería una mera prolongación del anterior, ni mucho menos un inquilinato intrascendente.

El primero de los gestos, fue elegir el nombre Francisco, en honor a San Francisco de Asís, “el hombre de la pobreza, el hombre de la paz”, señaló poco después. Quiere “una iglesia pobre y para los pobres”, aclaró.

El segundo, fue su atuendo: simple, despojado, sin lujos. Rechazó la tradicional capa de armiño y se negó a sustituir la sencilla cruz que porta desde hace años por una nueva y más ostentosa.

Luego, viajó en ómnibus y no en limusina, se obstinó en pagar personalmente la habitación en la que se había hospedado hasta la noche anterior, y se dice que pidió llevar en adelante un anillo de cobre y no de oro como es costumbre.

Se me dirá que juzgar la gestión de un papa a partir de un puñado de gestos, a pocos días de haber comenzado su gestión, es apresurado y en exceso confiado de mi parte. Sin embargo, me permito hacerlo en base a la conducta que este jesuita ha llevado como arzobispo de Buenos Aires a lo largo de los últimos años, en perfecta consonancia con la impronta que a todas luces pretende darle a su papado. Quiero decir que no se trata de un demagogo -como tantos otros- que se disfraza de pobre, y la juega de humilde. Quienes lo conocen de verdad coinciden que el Papa Francisco que hemos visto en estas horas, no es un personaje sino una persona de carne y hueso, una copia fiel del cura Jorge Bergoglio que miles de porteños se cruzaban a diario en las calles de Buenos Aires, que recorría parroquias perdidas, que viajaba en subte parado como un vecino más, que visitaba las villas más inhóspitas, que atendía su teléfono y llevaba su propia agenda, que no tenía inconveniente en hacer chistes sobre sí mismo, que buscaba por todos los medios establecer puentes con otras religiones, y no tenía el menor empacho en denunciar el despilfarro escandaloso y los excesos protagonizados por los muchos gobiernos que pasaron frente a sus ojos.

No son pocas las diferencias históricas, filosóficas e ideológicas que me separan del Catolicismo, y, naturalmente, de su nuevo pastor. Aun así, me alegra que sea él quien encabece una institución con más de 2.000 años de vida que reúne a cerca de 1.200 millones de seres humanos, y cuyo poder e influencia son enormes y absolutamente innegables. 

Le espera una tarea hercúlea. La Iglesia es una institución conservadora y, como toda empresa humana, no es ajena a la corrupción y al abuso de poder. Dependerá de su talento político (que lo tiene) y de su sabiduría y prestigio personal, no sólo abrir sus puertas a un nuevo tiempo sino transformarse él mismo en factor de paz y armonía entre los hombres.

En un mundo huérfano de referentes positivos, enfermo de relativismo moral y nihilismo militante, el Papa Francisco está llamado a ser un ejemplo de conducta y un referente moral para aquellos que profesan la fe católica y para aquellos que, como es mi caso, no lo hacemos. 

Su cruz es pesada. Muy pesada. Pero no es solo suya. De algún modo, también es un poco nuestra.

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