El SEMANARIO RECONQUISTA es el órgano de prensa de la Agrupación Reconquista del Partido Colorado, fundado por Honorio Barrios Tassano y Carlos Flores. Director Prof. Gustavo Toledo.

sábado, 9 de marzo de 2013

Chávez y las democracias aburridas


Por Gustavo Toledo

Vivimos un tiempo de líderes descafeinados. De prohombres cuya única preocupación radica en su imagen (que sus medias combinen con sus corbatas, por ejemplo). De héroes exprés. De intelectuales de 140 caracteres. De ideologías descartables.

En ese desierto, no es extraño que haya quienes corran detrás de espejismos de segunda mano y sientan que allí donde el desierto se funde con el horizonte les aguarda un oasis. Su oasis. El deseo de creer en algo, o en alguien, es más fuerte. Cierran los ojos y se entregan. Asocian la política con la fe, no con la razón. Y mucho menos con la lógica.

Así, hemos visto emerger a uno y a otro lado del Atlántico personajes como Berlusconi, Correa, Sarkozy, Chávez, por solo mencionar a los más conocidos. ¿Qué tienen en común? En apariencia, nada. Sin embargo, todos ellos son fruto del mismo árbol, cuyas ramas son el pensamiento débil (Vattimo), el crepúsculo del deber (Lipovetsky) y la tentación autoritaria (Revel), según la cual las instituciones y las leyes son un estorbo entre el caudillo y su pueblo.

Ya sea por falta de cultura democrática o por pereza republicana, o ambas, poblaciones enteras optaron –y algunas de ellas siguen optando- por figuras ajenas al mundo de la política tradicional. Por personajes mediáticos, sin formación intelectual alguna, cuyo único capital –salvando las distancias y las circunstancias- es su carisma. Sobre esa base, un aceitado aparato propagandístico se encarga de hacer la diferencia, transformando la desmesura en virtud y la demagogia en algo natural.

Ya no hay izquierda ni derecha. Ni centro ni periferia. Las palabras fluyen vacías de contenido. Las sonrisas se repiten. Las apelaciones a la Patria se suceden ampulosas, para algarabía de los claustrofóbicos de siempre. En ese cambalache, no importa lo que se dice sino cómo se dice, y –sobre todo- que nadie diga algo distinto. De ahí el cerco mediático a los opositores, los monopolios informativos y el asedio a la prensa independiente. Resultado: el debate se empobrece hasta transformarse en monólogo, la crítica fecunda cede paso al elogio interesado y la división de poderes se reduce al dedo índice del cacique. La casa conserva su fachada, es cierto, pero su interior ya no es el mismo. Y sus habitantes, tampoco.

Y todo esto, con la aquiescencia de esa masa de hombres y mujeres manipulados hasta el hartazgo. Aplaudidores que legitiman, sin saberlo, que recorten sus derechos y despilfarren sus recursos. Personas despojadas groseramente de su condición de ciudadanos a cambio de dádivas y mentiras. Hombres-masa.

Ahora bien, que la derecha bruta, opte por tipillos como Berlusconi, es entendible; pero que la izquierda, leída y sofisticada, se incline reverente ante personajes como Morales, Kirchner o Correa, es trágico. Un triste y patético reflejo de los tiempos que corren.

Claro que nada de esto es casual. Para salvar del naufragio del socialismo real algún trapo, los marxistas de antaño y los recién llegados, debieron reciclarse. Despojarse de sus antiguas vestimentas y convertirse en “showmans”. En hurracas parlanchinas dispuestas a divertir a su grey, más que a convencerlas. A venderles humo. E, incluso, a comprarlo.

El caso más notable es el del recientemente fallecido Hugo Chávez. La quintaesencia del caudillo latinoamericano, autoritario y lenguaraz, que los García Márquez, los Vargas Llosa y los Roa Bastos supieron inmortalizar en sus novelas.

Un verdadero compendio de lugares comunes y bravuconadas de todo tipo, que se creyó heredero de los hermanos Castro, y así intentó hacérselo creer a todo el mundo, cuando, como es notorio, su mentor y referente fue el General Juan Domingo Perón.

Se pretendió revolucionario, y no lo fue. Su “revolución bolivariana” se llevó puestas las instituciones de su país, y si algún cambio produjo, fue hacia atrás.

Como buen populista se sintió más allá del bien y del mal. Asumió el papel de mesías, liderando una troupe de paniaguados y nostálgicos de las charreteras. Y hasta se creyó inmortal. Prometió 900 años de “revolución”. Cien años menos que Hitler, en su momento.

Con su muerte, se transformó en lo mismo en lo que había convertido a su adorado Bolivar: en un mito fundante. En el pilar de una épica bizarra y exagerada. En una herramienta política. En un arma arrojadiza.

Sé que las democracias son aburridas, sobre todo cuando son en serio (es decir, cuando hay elecciones libres, los poderes están separados y son independientes entre sí, existe alternancia en el poder, se respetan las instituciones, las personas pueden expresarse libremente y hay debate de ideas, etc.), pero, ¿saben qué? No puedo mentirles. Me gustan los sistemas donde los gobernantes no son divinizados y la soberanía reside en el pueblo.

No hay duda: soy un aburrido bárbaro.

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