En
El Observador del jueves 15 leí una información que me parece más que grave;
gravísima. Si ordenamos a los países de América del Sur (excluidas las
Guayanas) en función del porcentaje de población con educación secundaria
completa, Uruguay es, con su 36%, el último de la tabla. Nos superan todos los
demás, es decir Ecuador, Perú, Brasil, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile,
Argentina y Paraguay.
La información está desagregada por
quintiles de ingresos. También somos los peores, quintil por quintil. Esto
quiere decir, por ejemplo, que es mayor el porcentaje de los bolivianos del
sector más pobre de la sociedad boliviana que logran terminar sus estudios
secundarios (46,6%), que el porcentaje de uruguayos de ese primer quintil (el
más pobre) que alcanza tal resultado (20,8%). Si vamos a la otra punta, es
decir al quintil de mayores ingresos, también perdemos: 86,3% en Bolivia, 60,2%
en Uruguay.
Si nos comparamos con Chile,
encontramos que es mayor el porcentaje de los chilenos más pobres que terminan
secundaria (65,1%), que el de los uruguayos más ricos que logran lo mismo
(60,2%). O sea: el peor resultado de los chilenos, supera a nuestro mejor
resultado.
La cuestión ya no es que nos ganan
Finlandia o Singapur, como en las pruebas PISA. Reitero: perdemos en la
comparación con los otros nueve países de América del Sur arriba mencionados,
tanto en el porcentaje global como quintil por quintil.
¿De dónde salen estos datos dolorosos,
amargos, desoladores? La edición en papel del Observador no lo dice, pero en El
Observador digital encontramos una columna del periodista Gabriel Pereyra que
indica la fuente: el proyecto Graduate XXI. Hecha la consulta en Google,
resulta que Graduate XXI es una entidad financiada principalmente por el BID
(también, en menor medida, por la República de Corea), dedicada a combatir la
deserción de la enseñanza secundaria en América Latina.
No parece necesario repasar ahora las
muchas razones por las cuales es vital, para un país como Uruguay, que su
población se destaque en el mundo por la calidad de su educación. Somos muy
pocos como para darnos el lujo de ser, además, ignorantes. Necesitamos
ciudadanos ilustrados en todas las clases sociales para que las instituciones
democráticas funcionen bien, funcionarios calificados para que el aparato
estatal pueda hacer bien lo mucho que de él esperamos que haga, empresarios y
trabajadores capaces para que la economía crezca y sea competitiva a nivel
internacional, públicos educados para que la vida cultural tenga volumen y
altura. Todo esto es tan obvio que casi da vergüenza decirlo o escribirlo; pero
al final uno ya no sabe qué es lo obvio, ni qué dejó de serlo.
Un estudio reciente de UNICEF señalaba
que la causa principal del abandono de los estudios secundarios en Uruguay, es
la falta de interés de los alumnos por lo que se les enseña. Si esto es así,
¿no valdrá la pena averiguar qué están enseñando a sus estudiantes esos países
vecinos y tan parecidos a nosotros que, sin embargo, obtienen resultados tan
superiores a los nuestros? No creo que haya dos pueblos americanos tan
parecidos entre sí como argentinos y uruguayos. Sin embargo, en el asunto que
estamos considerando –porcentaje de la población con secundaria completa-
Argentina nos lleva unos veinte puntos de ventaja en casi todos los quintiles
(en el cuarto quintil son casi treinta puntos). Examinar sistemáticamente los
programas de estudios secundarios de los países de América del Sur y
compararlos con los nuestros me parece necesario y factible.
En una sociedad fragmentada como lo es
hoy la nuestra –y como lo son también tantas otras-, los intereses de los
jóvenes no son los mismos. Parece claro que hay conocimientos básicos que todos
deben adquirir, independientemente del lugar en el que vivan o de la
inclinación vocacional que puedan tener. Pero más allá de ese terreno común a
todos, es preciso que cada centro educativo disponga de un margen de autonomía
dentro del cual pueda moverse para responder a las particularidades y
exigencias de su entorno. Hay que capturar el interés de los estudiantes, para
evitar que deserten, y para lograrlo es preciso que cada centro educativo pueda
adaptarse a sus propias circunstancias.
Sé que no digo nada nuevo cuando hablo
de estudiar lo que hacen los vecinos o darles más autonomía a los liceos. No
importa. Lo que no quiero es entrar a la reyerta política menor, hurgando en
busca de responsabilidades y culpables. Busquemos soluciones, buenas
simplemente si no podemos encontrar las mejores, parciales si no logramos
hallar una solución global. Pero hagamos algo, todos, pese a la campaña
electoral en ciernes y gane quien gane la próxima elección, porque lo que está
pasando con la educación de nuestros jóvenes es al mismo tiempo un desastre y
una vergüenza nacional.
(*) Abogado. Senador de la República
(Vamos Uruguay – Partido Colorado)
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