La interpelación que el
pasado miércoles realizó el senador Pedro Bordaberry al ministro de Economía y
Finanzas, Fernando Lorenzo, fue ocasión para que el interpelado se explayara en
consideraciones ajenas al objeto específico de la convocatoria, que por ese
motivo quedaron fuera del debate parlamentario pero que no carecen de interés.
Lorenzo
afirmó que, en el plano económico, Uruguay sufrió un “estancamiento secular”
que se extendió desde 1955 hasta 2005 (sic). En ese lapso el crecimiento de la
economía promedió el 1% anual. Con esa tasa de crecimiento, para duplicar el
stock de bienes y servicios disponible en un momento dado se necesitaban 70
años, es decir, unas tres generaciones. Pero en el 2005 comenzó el gobierno del
Frente Amplio, el crecimiento se aceleró y superó el promedio de América Latina
y hoy, con un ingreso promedio per cápita de los más altos de la región, bastarían 18 años para lograr aquella duplicación.
El éxito económico se alcanzó además sin que incidieran demasiado los factores
externos, que fueron en general favorables, pero no tanto como se pretende, y
que tuvieron también sus aspectos negativos.
Comento, ante todo, que no me parece
razonable considerar los 50 años que van desde 1955 al 2005 como un período
homogéneo, ni creo que tenga alguna utilidad –más allá del debate político-
extraer una cifra de crecimiento promedio de todo ese lapso. Una cosa era el
mundo y las ideas económicas dominantes en 1955 (plena Guerra Fría, Mercado
Común Europeo en ciernes, estados de América del Sur con muy escaso comercio
entre ellos, economías cerradas y búsqueda del crecimiento industrial vía
sustitución de importaciones), y otro el escenario en 1985, cuando el país ya
había asumido que para crecer debía abrir su economía y diversificar sus
exportaciones, e intentaba hacerlo. De 1985 al 2000 nuestro crecimiento
económico promedio fue del 3% anual, aproximadamente, lo que marca con claridad un período distinto, que significó una superación
clara respecto de los años precedentes.
¿Con qué ideas económicas encararon los
partidos políticos uruguayos el nuevo tiempo que comenzó con el
restablecimiento democrático, en 1985? El
Partido Colorado realizó una gran tarea de renovación programática
en 1983, asimilando la experiencia histórica y procurando adaptarse
pragmáticamente a nuevas circunstancias que ya no admitían los excesos
dirigistas de los años 40 y 50, ni permitían soñar con el crecimiento hacia
adentro, vía sustitución de importaciones. Seguimos reivindicando sí el papel
conductor del Estado en la macroeconomía y su responsabilidad frente a los
sectores sociales más débiles, pero ello sin desconocer el insoslayable lugar
del mercado, ni la necesidad de la libre iniciativa de los agentes económicos y
de la inversión privada, interna y externa, como motores del desarrollo.
En cambio, los planteos del Frente Amplio en
1984 no modificaban sustancialmente las propuestas fundacionales de 1971:
énfasis en el papel del Estado, reforma agraria, estatización de la banca,
estatización y cooperativización de la industria frigorífica, nacionalización
del comercio exterior y del mercado de cambios, etc. Todo ello, además,
acompañado de una actitud hostil hacia el capital y las empresas extranjeras,
así como hacia los organismos internacionales de crédito. Esta perspectiva
ideológica fue la que llevó al Frente Amplio a oponerse radical y tenazmente a
una serie de medidas de gobierno, cuyo listado excedería los límites de esta
nota. Como emblema de esa actitud podría señalarse la oposición a la
ratificación del Tratado de Protección de Inversiones suscrito entre Uruguay y
Finlandia, sin el cual no se hubiera instalado Botnia en nuestro país ni
tendríamos hoy una planta de fabricación de celulosa industrializando la riqueza forestal.
Los especialistas podrán discutir -supongo
yo, que no soy uno de ellos- los detalles o matices de lo que fue el formidable
impacto favorable que las circunstancias externas tuvieron sobre América Latina
desde los primeros años del siglo actual; pero lo que no puede razonablemente
ponerse en tela de juicio, me parece, es el signo positivo de ese impacto, ni
su extraordinaria magnitud. La demanda asiática, los altos precios de los
commodities, las
bajas tasas de interés en los países centrales y el flujo de capitales hacia la
periferia emergente, mejoraron sustancialmente el panorama de nuestra región.
El ministro Lorenzo dice que en Uruguay la
bonanza fue y es mayor que en otras partes y atribuye el mérito por los buenos
resultados a los gobiernos frenteamplistas. Nadie va a negar los aciertos de la
conducción económica del Cr. Astori primero, ni del Ec. Lorenzo después. Lo que yo señalo es
que esos aciertos no son productos de la matriz ideológica frenteamplista, sino
de su oportuno y atinado abandono. El “boom” productivo y exportador uruguayo
de los últimos diez años, hecho posible por la coyuntura internacional, no se debe a la reforma agraria, ni a la
estatización de la banca ni a la de los frigoríficos, ni a la planificación
centralizada, ni al no pago de la deuda externa, ni al rechazo de la inversión
extranjera, como bien lo sabemos todos.
El
país superó su estancamiento productivo, en la medida en que se fue alejando de
las ideas económicas al amparo de las cuales el Frente Amplio hizo su
acumulación electoral hasta el año 2004. El franco reconocimiento de este hecho
por la dirigencia frenteamplista, constituiría un aporte enormemente valioso a
la tan necesaria actualización cultural de la sociedad uruguaya.
(*)
Abogado. Senador de la República (Vamos Uruguay – Partido Colorado)
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