Mientras escribimos estas líneas –viernes 23,
por la mañana- sigue en pie la tregua entre Israel y Hamás pactada el miércoles
pasado. No es posible saber cuánto durará la interrupción de las hostilidades,
ni si al cabo de ella habrá una recaída en la violencia o el nuevo comienzo de
una negociación política de la que pueda resultar, un día, una paz duradera.
Cuesta ser optimista al respecto, pero no hay alternativa: este conflicto no se
solucionará por la derrota completa y definitiva de uno de los
bandos, sino por el acuerdo entre ellos.
Algún
día tendrá que haber dos estados en el territorio de la antigua Palestina, como
lo quisieron las Naciones Unidas cuando dispusieron su partición en 1947. Los
judíos aceptaron el lote que les ofrecieron y proclamaron el nacimiento del
Estado de Israel. La población árabe de Palestina, en cambio, rechazó la
oferta, y los estados de la Liga Árabe iniciaron la guerra contra Israel el 15
de mayo de 1948, es decir, al día siguiente de la creación del estado judío. Desde
entonces la región no ha conocido la paz verdadera. Hasta el día de hoy hay
quienes, como Hamás e Irán, niegan que Israel tenga derecho a existir y
proclaman como objetivo su destrucción; y hasta hoy, también, el pueblo
palestino sigue sin tener un estado propio en el que desarrollar libremente su
existencia nacional.
El
conflicto de Medio Oriente es extraordinariamente complejo, como resultado de
la incidencia de factores étnicos, religiosos, económicos y geopolíticos que
hacen de la región uno de los puntos neurálgicos de la política internacional.
En Uruguay es muy poco lo que realmente sabemos al respecto. Sin embargo,
estamos atentos a lo que allí sucede, entre otras razones porque integra la
sociedad uruguaya una fuerte y activa colectividad judía en la que todos
tenemos amigos, y que es un nexo vivo entre Uruguay e Israel.
Sería
una temeridad, me parece, aventurar juicios acerca de las concretas diferencias
que enfrentan a judíos y palestinos; estamos demasiado lejos y sabemos
demasiado poco como para proponer soluciones a cuestiones tan graves y
delicadas. Lo que sí podemos decir, aun desde aquí, es que la violencia no
solucionará los problemas; los agravará.
Si los
palestinos de Hamás siguen lanzando misiles desde la franja de Gaza contra
Israel, llegará un momento en que Israel reaccionará y tratará de poner fin a
los ataques; ya lo hizo a fines de 2008, volvió a hacerlo la semana pasada y
seguramente lo hará de nuevo, si es necesario. Todo estado tiene derecho a
defenderse, y un gobierno democrático tiene además el deber de proteger a su
pueblo. Desde que Israel se retiró por su sola voluntad de la franja de Gaza,
en el año 2005, miles de misiles disparados desde allí han caído sobre su
territorio. No se trata de inocuos petardos. Ahora sabemos, por declaraciones
de altas autoridades de Irán, que los más modernos y potentes de esos misiles
se han construido con tecnología iraní; desde Gaza, alcanzan a Jerusalén y a
Tel Aviv. Muchos
proyectiles causaron daños, otros mataron gente y todos han perturbado
profundamente la vida de quienes habitan las ciudades israelíes próximas a Gaza
y no terminan de acostumbrarse al ulular de las sirenas, ni a la idea de que el
hijo que enviaron a la escuela pueda no haber llegado a tiempo al refugio. Así
no se puede vivir. Por este camino es claro que no se llegará a la paz.
Como
no se puede sostener racionalmente que Israel no tenga derecho a defenderse, se
dice que fue desproporcionada la fuerza que empleó para hacerlo. ¿Cuál es la
medida exacta de la defensa legítima? El sentido común sugiere que no se ha
rebasado esa medida, cualquiera sea ella, mientras no se haya podido detener el
ataque. Y es un hecho que los misiles siguieron cayendo sobre Israel mientras
duraron las hostilidades y hasta horas después de haber comenzado la tregua.
Por eso Hamás celebró la tregua como una victoria y se jacta de que Israel no
haya logrado quebrar su resistencia.
Se le
reprocha también a Israel las víctimas causadas por sus ataques aéreos entre la
población civil. Y es cierto que, del total de 158 muertos, 103 eran civiles,
entre quienes había mujeres y niños (cifras de Naciones Unidas, difundidas por
la BBC). Estos son, desgraciadamente, los horrores que toda guerra conlleva.
Pero la otra parte de la verdad también debe decirse: Hamás despliega sus
efectivos y sus armas en edificios y lugares públicos, precisamente para que,
al atacarlos, Israel mate civiles cuya sangre pueda echársele encima. Aun así,
el número de víctimas demuestra que los ataques fueron cuidadosamente
selectivos; de no haber sido así, los muertos se contarían por millares. Hamás,
en cambio, dispara sus misiles a centros poblados donde no hay ningún blanco
militar; el objetivo es, directamente, la población civil.
Me viene a la memoria una frase que, según creo
recordar, fue pronunciada por Golda Meir: la paz llegará cuando los palestinos
amen a sus hijos más de lo que odian a los judíos.
Formulemos
votos para que ese día no tarde demasiado en llegar.
(*)
Abogado. Senador de la República (Vamos Uruguay – Partido Colorado)
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