Para algarabía de sus antiguos compañeros de ruta,
aquellos que quedaron huérfanos de liderazgo (¡y de cargos!) cuando decidió
pegar un portazo y transformarse en un frenteamplista “independiente”, el ex
presidente Tabaré Vázquez participó hace algunos días de un acto organizado por
el Partido Socialista en la Intendencia de Montevideo con motivo de celebrarse
el 90 aniversario del nacimiento del extinto dirigente Vivián Trías. Si bien en
ninguno momento manifestó su intención de competir nuevamente por el sillón
presidencial, para muchos su presencia allí, su encendida reivindicación del
programa de su “fuerza política” y cierto tono nostálgico cuando repasó algunos
de los (supuestos) logros de su administración, estarían marcando su vuelta al
ruedo con vistas al 2014. Ayer, en la Casa del Partido Colorado, en el marco
del ciclo “¿Mercosur sí o Mercosur no?” en el que compareció junto a los ex
presidentes Batlle, Lacalle y Sanguinetti, fue mucho más explicito. “Prometo
volver”, dijo.
Parafraseando
a Anibal Troilo, Vázquez “siempre está volviendo”. Sus
salidas de escena son repliegues tácticos. Calculadas jugadas de ajedrez que otrora
desconcertaban a propios y a extraños y que ahora resultan obvias, previsibles.
Se aleja para que lo extrañen y lo vayan a buscar. Su propósito es que la opinión
pública lo ensalce a partir de la inevitable comparación con su sucesor. Para
el “vazquismo”, una variopinta constelación de calientasillas y cuentapropistas
de la política, el principal impulsor de la candidatura de su jefe es el
mismísimo presidente. Y no porque él lo quiera, precisamente. “¿Se acuerdan
cuando Sanguinetti dijo que íbamos a extrañar a Tabaré? Bueno, tenía razón, ¿verdad?”,
se animan a deslizar algunos de sus escuderos. De hecho, el propio Vázquez,
cada tanto, tira algún palito en forma elíptica y tangencial, para que nadie se
olvide que el desalineado señor del Fusca poco o nada tiene que ver con él. No
sea cosa que -¡para colmo!- alguien se confunda…
Hay
quienes van más allá y se animan a comparar a Tabaré con Pacheco. Algunas
similitudes son innegables: cierta economía de palabras que algunos entusiastas
califican de prudencia, una común afición por el box y las tenidas de amigos en
clubes de barrio, una desmedida confianza en el peso de la experiencia y una
decidida apuesta al orden, a cierto orden, a SU orden. Claro, entre Pacheco y
Tabaré hay una “pequeña” diferencia: mientras el Bocha puso orden en medio del
caos y la violencia armada desatada por los tupas, Tabaré se limitó a delegar
en una camarilla de “iluminados” la administración de una economía próspera y en
crecimiento fruto de los buenos oficios de la última administración colorada. Uno
supo como hacerlo, el otro apenas hizo la plancha y dejó que otros hicieran (¡y
deshicieran!).
En
síntesis, la apuesta es bastante simple: plantearse como la alternativa al
aquelarre reinante, corriendo al MPP por el centro. Es decir, sumando votos de
una clase media espantada y despistada, proclive a votar a los Partidos
Tradicionales, pero que -ávida de seguridad y cierta prolijidad en las formas y
procedimientos- podría inclinarse en esta ocasión por su candidatura luego de que ciertas encuestas (algunas, las de siempre) lo muestran como "número puesto". ¡Pamplinas!
Una engañifa tan burda como esa es insostenible desde todo punto de vista. Vázquez
no es el cambio, como no lo fue, ni lo será en el futuro; es -¡tengámoslo
claro!- la continuidad del actual modelo de conducción. O sea, aún a su pesar, el
garante de que nada cambie y los que están sigan donde están.
Si alguien
tiene dudas, que me diga, ¿con quién cree que va a gobernar en caso de ganar
las próximas elecciones? ¿Quiénes van a ocupar los ministerios y los directorios
de las empresas públicas? ¿Quiénes van a marcar el rumbo de su administración
desde el Plenario y la Mesa Política del FA? No se estrese, yo se lo digo: ¡los
mismos que hoy lo hacen!
Y eso
Vázquez lo sabe, pero jamás lo va a decir. Eso es lo que, en cierta medida, lo
hace dudar de presentarse o quedarse en su casa, gozando de la inmerecida
consideración de “estadista” que algunos le profesan. No tiene la vaca atada y
sabe que puede ganar las elecciones, pero perder el gobierno en manos de su “adversarios
internos”. Y eso, para un hombre acostumbrado a mandar y que lo obedezcan, es
intolerable.
Ahora bien,
mientras entra y sale, prende el señalero para un lado y agarra para el otro, sigue
haciendo de las suyas, sin que nadie lo incomode con preguntas que seguramente muchos
de sus compañeros quisieran hacerle si bajara al
llano, y no estuviera encerrado en su mansión de El Prado, lejos del mundanal
ruido.
Me
imagino que les gustaría saber, ¿si se arrepiente de haber aprobado la Ley de
Educación que precipitó el derrumbe de nuestra enseñanza pública? ¿Si volvería
a nombrar a José Díaz o a Daisy Tourné al frente del Ministerio del Interior? ¿Si
piensa liberar presos nuevamente? ¿Si está de acuerdo con la despenalización
del aborto? ¿Y con la marihuana? ¿Si volvería a pedirle ayuda a Cristina
Kirchner como lo hizo en su momento golpeándole la puerta a su esposo? ¿Y a Bush en caso de que la Argentina se ponga arisca? ¿Si tiene algo
para decir sobre el “affaire Pluna”? ¿Y sobre el poder que le dio a los sindicatos? ¿Si López Mena va a “colaborar” con su
campaña, al igual que lo hizo en el pasado? ¿Si va a seguir asesorando al FMI y participando de actividades
organizadas por los organismos internacionales de crédito, mientras invoca al Che Guevara, a Rodney Arismendi y a Raúl Sendic o va a decidirse por un lado o por el otro?
En fin,
las preguntas son muchas, pero nadie las hace. Quizás por temor a que quede al
descubierto que no sabe cómo hacerlo, ni puede
volver a hacerlo.
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