Todo empezó con
una inverosímil propuesta, en medio de un planteamiento presidencial sobre
seguridad ciudadana: si se legalizaba la marihuana se lograría el retorno de
muchachos consumidores de pasta base a una situación "más blanda". El
argumento duró 24 horas, porque no hubo especialista que no explicara
rotundamente que eran drogas contradictorias y que si bien alguien podía pasar
de marihuana a pasta base, la inversa era imposible. Comenzó allí, entonces,
una deriva de propuestas e ideas sueltas, que motivaron una profunda reacción
en la sociedad uruguaya. Hasta la Sociedad de Psiquiatría (11 de julio de 2012)
emitió un comunicado muy medido, en que señaló la inconveniencia de una
legalización que abría la puerta a un enorme riesgo de salud. Se lamentaba
también que no se consultaran a los medios científicos. Pese a esas
reacciones se siguió adelante con volteretas de todo tipo, hasta ignorando la
advertencia del propio ex Presidente Dr. Vázquez, quien señaló la necesidad de
advertir a los jóvenes sobre los daños del consumo. Ahora estamos ante la
evidencia de un nuevo proyecto oficialista, que no solo legaliza la marihuana
sino que instala un inverosímil monopolio del Estado, con la extravagante
culminación de crear un Instituto Nacional del Canabis.
El Presidente Mujica, que anteriormente dijo que si
había resistencia en la sociedad "se iba al mazo", ahora dice que
"lo que le asusta es el narcotráfico, no la droga". Es una afirmación
tremenda, evidentemente no meditada. ¿Cómo que no le asusta la droga? ¿No le
preocupa que en el mundo entero las investigaciones científicas, unánimemente,
señalen que el consumo habitual de marihuana triplica el riesgo de
esquizofrenia, duplica el de depresión y que produce daños irreversibles en la
inteligencia de tal magnitud que hasta hay una pérdida de 8 puntos en su
coeficiente? Son datos provenientes de una observación llevada a cabo a lo
largo de 25 años por una importante Universidad de Nueva Zelandia, cuya
conclusión publicó nada menos que la revista de la Academia Americana de
Ciencias el 27 de agosto. ¿No le preocupa que el Instituto de Salud Pública de
Suecia, luego de 35 años de investigación sobre un grupo enorme de voluntarios,
estableció rotundamente sus efectos sobre la memoria, la esquizofrenia, la
concentración y en general la salud psíquica? ¿No le preocupa que hoy se haya
establecido que la marihuana es tan cancerígena como el tabaco, cuyo exceso hoy
el país exitosamente combate?
No se puede ignorar que en los últimos años la
visión científica ha experimentado una evolución trascendente. Desde el ángulo
de la salud, ya no hay debate: los daños de la marihuana son incuestionables e
irreparables. Se sabe, además, desde hace poco, por qué se producen (Informe de
la Revista Veja, de 31 de octubre, según opiniones concluyentes de científicos
internacionales y brasileños): la marihuana interfiere en la función de los
"endocanabinoides", sustancias cerebrales liberadas naturalmente
cuando las conexiones entre los neuronios son activadas. Esta interferencia
está en la raíz de los futuros desequilibrios, de efecto no reversible.
Al mismo tiempo, es verdad que en el mundo ha
crecido la idea de la legalización, a partir del costo enorme -en vidas y en
dinero- que genera la lucha contra el narcotráfico. Este es un tema distinto.
No se trata de la salud sino del crimen organizado. Y aquí preguntamos: ¿puede
el señor Presidente creer realmente que va a disminuir el narcotráfico por
vender marihuana del Estado, cuando las organizaciones criminales continuarán
distribuyendo, con más facilidad, pasta base, cocaína , heroína y -por
supuesto- también la marihuana que produzcan clandestinamente?
Sabemos que la propuesta de legalización está en el
mundo, pero no es por casualidad que en muy pocos países ha prosperado y que en
varios se ha retrocedido (Dinamarca, por ejemplo, y aún Holanda). No ignoramos
que el autocultivo, en un país donde está despenalizado el consumo, puede ser
una lógica extensión del ya explícito criterio legal. Pero todo esto debería
discutirse profundamente, con asesoramiento científico, sin generar este clima
de jolgorio en que quien señale el peligro es un "pacato", como nos
endilga el señor Presidente.
El problema no es "el prejuicio" como él
afirma. Es el "juicio" concluyente de la ciencia sobre los daños cerebrales.
Y esto es lo que nadie responsablemente puede ignorar, lo que hay que instalar
en la conciencia de la población, tal como hoy tiene claro que el tabaco es
cancerígeno. ¿No advertimos que cuando la juventud adolece ya de un problema de
falta de concentración e interés en los estudios sistemáticos, nada hay peor
que alegremente abrirle el camino a una droga que -justamente- estimule la
indolencia, el dejarse estar y que detrás de un bienestar pasajero, va llevando
al retroceso psíquico?
Desde las alturas se alienta el permisivismo, una
sensación vaga de novedad, de "buena onda", que sería amplificada si
se diera el paso a una legalización expansiva del consumo. Sin análisis ni
estudio, se está poniendo en peligro la salud de una buena parte de nuestra
juventud.
(*) Abogado. Ex presidente de la República (1985-1990
y 1995-2000)
Fuente: El País Digital
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