El hombre es, como se sabe, un animal de costumbres. La repetición de un
hecho o el mantenimiento de una situación nos llevan, muchas veces sin que nos
demos cuenta, a aceptarlos sin cuestionamientos y aún a ajustar
nuestra conducta a ellos, sin protestas ni rebeldías. Mas si un día se produce
un cambio que demuestra que aquello que parecía formar parte del paisaje
natural, en realidad podía ser modificado, nos asombramos de nuestra pasividad
ante el anterior estado de cosas y rechazamos la idea de volver a él.
Así nos pasó con la
inflación. Durante décadas convivimos con tasas de inflación de dos
cifras que nos parecían lo más normal del mundo. Un día celebramos la inflación
de un dígito y hoy, la mera posibilidad de llegar al 10% anual enciende las
luces rojas y dispara todas las alarmas.
Con el precio de los
combustibles estamos todavía en la etapa de la costumbre y la resignación.
Pagar los precios más caros de la región por las naftas o el gasoil se
nos ha hecho un hábito tan arraigado como tomar mate. Los periodistas de vez en
cuando le preguntan a algún jerarca del gobierno cuándo se concretará aquella
anunciada rebaja de dos puntos de IVA, pero no recuerdo cuándo fue la última
vez que escuché preguntar por el precio del “gasoil productivo”.
La realidad, empero,
esporádicamente nos recuerda la importancia del tema. Semanas atrás, el precio
del combustible fue señalado como uno de los factores que llevaron a la ruina
de Pluna, y el subsidio de ese precio era mencionado como un componente
necesario de un hipotético plan de negocios de una también hipotética aerolínea
de bandera nacional.
Por estos días, apenas
concluida la zafra de la soja y próxima a comenzar la del trigo, son los
productores agropecuarios los que se quejan por el costo de los fletes; se dice
que cuesta lo mismo despachar la carga por camión desde Rivera a Nueva
Palmira, que hacerlo por barco desde Nueva Palmira a un puerto de la China
(¡!). Los transportistas se defienden diciendo que en realidad sus precios son
bajos, si se tiene en cuenta lo que les cuesta el combustible. La Intergremial
de Transporte Profesional de Carga afirma que Uruguay tiene un costo del litro
de combustible 61% superior a Argentina y Brasil, mientras que los fletes
uruguayos son sólo un 13,91% más caros que los de los vecinos, lo que
demostraría que los empresarios nacionales del sector trabajan con una
rentabilidad inferior a la que obtienen argentinos y brasileños (ver El País de
hoy, 16 de noviembre, página A16).
Se oye hablar mucho de
competitividad y de productividad, pero cuesta imaginar las mejoras que serían
necesarias en una y otra, para neutralizar el efecto adverso de un precio del
combustible 61% mayor que el que pagan nuestros vecinos.
La sociedad uruguaya se
acostumbró a pagar mucho por los combustibles que usa, y ANCAP y el gobierno se
acostumbraron también a recaudar mucho por ese concepto. ANCAP hace normalmente
contribuciones suculentas a Rentas Generales, y el gobierno se preocupa por
usar todo el “espacio fiscal” disponible cada año. De tanto en tanto, sin
embargo, la autopsia de una empresa muerta o la queja de los empresarios que
tienen que trabajar con esos costos a cuestas, nos recuerdan que lo que
colectivamente hemos aceptado como normal, es sumamente dañino y, para algunos,
letal.
Llegará el día en que
miraremos hacia atrás, y el recordar que convivimos con los precios de los
combustibles que estamos pagando hoy, nos parecerá tan absurdo como nos lo
parecen actualmente las tasas de inflación de antaño.
(*)
Abogado. Senador de la República (Vamos Uruguay – Partido Colorado)
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