Se remanga el
polar que lleva puesto para meterle mano al motor de su escarabajo azul, al que
luego se trepa para dar una vuelta por la chacra. Lo mismo hace con uno de sus
tractores, ante la cámara de TV. Vaso de whisky en mano, muestra su alcoba sin
el menor pudor: el colchón desnudo, las almohadas y frazadas amontonadas sobre
una silla, el sol del mediodía reflejado en los vidrios de un mueble multiuso.
Acto seguido reflexiona sobre su relación con la naturaleza y el sentido de la pobreza:
“Yo tomo la austeridad como camino y el renunciamiento, (ando) liviano de
equipaje para hacer lo que a mí me gusta”. La cámara se posa en su perra coja,
en el pasto alto que rodea su casa y en la ropa tendida frente a la ventana.
Sí, en efecto: el protagonista de esta puesta en escena no
es otro que nuestro presidente, José Mujica Cordano. Basta con entrar a la
página web de BBC Mundo para ver con algo más de detalle cómo nos ven desde
afuera y –sobre todo- qué es lo que este señor quiere que vean de nosotros. Y subrayo
el “nosotros” a propósito.
Cuando el presidente sale al exterior o concede una entrevista
a algún medio extranjero, como en este caso, nos representa a todos. Él lo sabe
-¡claro que lo sabe!-, pero prefiere priorizar su marketing personal y dejarnos
ante el mundo como un pueblo de impresentables. Su objetivo no es mostrarle
al mundo que Uruguay es un país serio y confiable sino venderse a sí mismo como
un outsider. Como una rara avis. Como un antisistema. Como un hombre
desprendido que vive a contramano de los usos y costumbres de su época. Se
jacta de no usar Twitter ni correo electrónico y de tener como medio de
comunicación un viejo celular plegable, atado con una banda elástica. Al igual
que esa aristocracia de cabotaje que aparece todas las semanas en la revista Galería exhibiendo
sus joyas, autos y ropa de marca, el presidente gusta de ostentar su pobreza impostada (su
patrimonio de algo más de doscientos mil dólares dista de ser el de un
indigente). Le gusta sobreactuar para la cámara y venderle a los de afuera (y de
paso también a los de adentro) que somos "eso".
Que el presidente
guste de vivir así, no está en tela de juicio; forma parte de su esfera
privada. No seré yo quien cometa el error de referirme a su casa como “sucucho”,
ni tildarlo de mala manera. Que exagere su personaje y mire de reojo a quienes
viven de otro modo, es lo cuestionable. Pero más aun que pierda de vista su
investidura y los eventuales efectos que su lenguaje, aspecto y modo de vida
pueden generarle al país. Después de todo, en el mundo exterior el protocolo,
las buenas maneras y la prolijidad siguen teniendo algún valor.
"No me disfrazo de presidente, (yo) sigo siendo como era", comenta orgulloso, como si usar traje y corbata fuera cosa de pitucos y residir en Suárez y Reyes implicara claudicar a algún principio. Cree haber inventado la pólvora, cuando esta ya está inventada desde hace rato... La Señora del General Gestido, baldeaba la vereda de su casa y cosía sus propios vestidos. Tomás Berreta provenía de un hogar humilde, fue tropero en su juventud, y durante el corto tiempo en el que ejerció la presidencia, al termino de cada jornada de trabajo se cambiaba de ropa y se iba con su nieto a la chacra familiar a podar las vides y fumigar los frutales. A ninguno de ellos se le reprocha haber actuado de modo indigno o lesionado la imagen del país. Por el contrario, fueron ejemplo de decoro y austeridad republicana.
El camino que nos ofrece el presidente de la República no es precisamente
ese, sino el del pobrismo; el atajo más corto hacia sus admirados Kung San.
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