El presidente José
Mujica, opinólogo mayor de la República, acaba de señalar que el Uruguay es
"el país del no se puede". Dijo que esa es “la primera respuesta que
se recibe cuando uno plantea algo nuevo”. Y,
de paso, aprovechó para quejarse de nuestra falta de “entusiasmo” y de
que debe enfrentar “los obstáculos jurídicos y de los otros” (?) que le impiden
hacer lo que quiere, y que lo que en cualquier otra parte del mundo lleva un año,
aquí lleva “tres o cuatro”. Si su intención era poner en evidencia el carozo
reaccionario de nuestro pueblo, o culpar elípticamente a la oposición por su
falta de resultados, se quedó en el intento. Sus palabras, más bien, sonaron a
justificación. A disculpas encubiertas. A resignación.
Es cierto que somos una sociedad conservadora, renuente al cambio y que
perdemos demasiado tiempo en vueltas innecesarias -¡no en vano somos el país de
las rotondas!-, pero no es menos cierto también que el señor presidente de la
República y su fuerza política alimentaron, fogonearon y medraron durante
cuarenta largos años con nuestro conservadurismo. Tengámoslo claro: si llegaron
al poder al cabo de ese largo recorrido, no fue por sus promesas de cambio sino
por su compromiso de no tocar nada. Por su cerril defensa del statu quo.
Quizás el presidente no lo recuerde, pero fue el Frente Amplio –partido
al que pertenece si no estoy equivocado-, quien se opuso a la Ley de Caducidad
(y a lo que la ciudadanía laudó con su voto en dos oportunidades), a la Ley de
Empresas Publicas, a las AFAPs, a la Reforma Educativa del Profesor Germán
Rama, a la Reforma Constitucional de 1997, a la Asociación de Ancap, al nuevo aeropuerto de Carrasco, al canje de
deuda de 2003, a firmar un Tratado de Libre Comercio con EEUU, a la baja de la
edad de imputabilidad y a un largo etcétera que todos conocemos.
Si las cosas no salen como el presidente pretende, si no encuentra la
forma de solucionar los muchos problemas que se amontonan frente a su escritorio,
si no logra concretar una sola propuesta de manera más o menos razonable, si no
logra alinear a su tropa, no es por culpa de la oposición, ni de la prensa, ni
del imperio, ni de una conspiración internacional de malvados, sino pura y
exclusivamente por su culpa y la de su fuerza política. O, dicho de otro modo, por la suma de
prejuicios ideológicos, contradicciones, compromisos internos y externos y
desprolijidades varias que caracteriza al Frente Amplio y en especial al señor
presidente de la República.
Dentro de algunos meses, deberemos decidir con nuestro voto qué país
queremos. Si queremos construir “el país del sí se puede”, es imprescindible
cambiar. Si queremos que “el país del no se puede” prevalezca, no hay mejor
opción que el FA.
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