Dicen que un batllista de ley no
debe criticar al dios Estado. Dicen que si lo hago, soy un hereje. O, peor que
eso: un neoliberal. Un sucio y asqueroso traidor del sobretodo sagrado. Dicen
que debo arrodillarme ante El Supremo y jurar defenderlo de los piratas que
vienen a robarse las joyas de la abuela (¿queda alguna?), alimentarlo (cumpliendo
religiosamente con el pago de mis impuestos y de las tarifas públicas), y
dejarlo así como está: obeso, lento, inútil, medio abombado, sin capacidad de
acción ni reacción. Dicen que debo agradecer que las empresas públicas sigan
siendo de “todos” (es decir, de unos pocos) y que se mantengan monopolios
abusivos donde debería primar la competencia y la libertad de elección.
Como
se sabe, siempre hay gente más papista que el Papa, que establece el canon,
funda la ortodoxia y luego pone la leña de sierra para la hoguera. Claro, la
carne sobre la parrilla siempre es de otro. Y, ¿quién es el otro? El apóstata.
El que mira de reojo la foto sepia de hace un siglo atrás, el que trata de ver
la realidad con sus ojos, el que tiene ideas propias… De nada sirve que se
declare fiel a los principios sobre los que se construyó el pequeño país modelo
(humanismo, liberalismo, reformismo) o que aspire a refundar la república que supimos ser imbuidos de ese mismo espíritu.
Ya fue juzgado y condenado. No es batllista. Punto. Su lugar es limbo de los
descastados. Que se vaya a llorar al cuartito…
Después
de que murió Batlle, lo fosilizaron. O, más bien, lo jibarizaron. Lo dejaron
chiquitito. Le pusieron un marco alrededor y lo colgaron en la pared. Lo
transformaron en una estampita. Casi en un fetiche. A partir de ese momento,
bastó con que cada uno repitiera dos o tres frases hechas, proclamara su amor
al Estado e invocara el nombre de don Pepe para quedar a salvo de los
inquisidores. O sea, para ser batllista bastaba con parecerlo.
Algunos, sin embargo, decidieron recorrer su propio camino. Y sufrieron por eso. Uno
de los que no se salvó de la pira y al que incluso le colgaron el odioso mote
de “parricida”, es Jorge Batlle. El otro, es don Carlos Maggi, figura señera de
nuestra cultura y reconocido batllista, que, hace algunos años, en el marco de
una entrevista que le realizara el periodista Miguel Carbajal junto al querido
y recordado José Claudio Williman, aclaró la naturaleza de su metamorfosis ideológica.
-
¿Cómo llegó Maggi al Batllismo?
-
Maggi: A través de un libro. Tenía 12, 13 años y leí “Batlle y el Batllismo” de
Giudice.
-
Williman: Y González Conzi.
-
Maggi: Me produjo un impacto fenomenal y me atrapó para siempre. Soy un tipo
muy persistente, además.
-
Pero el Batllismo que Ud. apoya no es precisamente el de José Batlle y Ordóñez.
-
Maggi: Le voy a contestar con una respuesta de Fernando Henrique Cardoso: yo no
soy el que cambió, el que dio una vuelta de 180 grados fue el mundo.
-
Eso también lo pudo decir Menem. ¿Sigue teniendo valor?
-
Maggi: Una cosa es decir la verdad y la otra usar una frase ingeniosa. Le
aclaro que mi mayor sorpresa es haber llegado a pensar lo que pienso. Cuando
Jorge Batlle me hablaba de privatizar yo le decía que no lo dijera porque iban
a pensar que era un traidor. Que lo pensara pero no lo dijera, que hasta a mí
me molestaba ese dicho.
-
A la izquierda le molestaba ese argumento. Y le irrita todavía ahora, ¿Ud. se
volvió más conservador o más realista?
-
Maggi: La que es conservadora es la izquierda, la uruguaya. Quiere conservar el
país que se perdió y por tratar de conservar lo que no puede, el país
estatista, está perdiendo el país real. Y oculta lo que realmente piensa. Pero
no funciona así la izquierda en el mundo. Hace lo contrario”.
Más
claro, imposible. Sin embargo, muchos no lo entienden. No quieren entenderlo.
Siempre es más cómodo vivir a la sombra de la cruz. Al pie de los escritos de
hace más de cien años, como si nada hubiese cambiado entre aquel entonces y
hoy. Para peor, ni siquiera entienden a Batlle. Lo prejuzgan. Lo subestiman. Lo
reducen a un estereotipo obsoleto. Son, en realidad, sus enemigos.
Si
esta cerrazón rigiera para el cristianismo, los seguidores de Jesús todavía
vivirían encerrados en las catacumbas y los curas seguirían dando misa en
latín, o, peor aún, en arameo.
¿Sabrán
los defensores de la ortodoxia batllista y del Estado máximo que el mejor amigo
del viejo Batlle era un anarco?
No hay comentarios:
Publicar un comentario