El SEMANARIO RECONQUISTA es el órgano de prensa de la Agrupación Reconquista del Partido Colorado, fundado por Honorio Barrios Tassano y Carlos Flores. Director Prof. Gustavo Toledo.

martes, 7 de mayo de 2013

Prudencio Vázquez y Vega


José Batlle y Ordóñez
Por Gustavo Toledo

Salvo cuando volvemos a él con el propósito de emplear algún lejano y confuso episodio como arma arrojadiza, o pretendemos cobrarnos alguna deuda chica, o buscamos infructuosamente lavar viejas culpas, o repartir otras nuevas, pasamos por alto esa fantástica cantera de respuestas que es nuestro lejano y agitado siglo XIX. El problema está en que las preguntas que nos formulamos sobre nuestro pasado son siempre las mismas, y en vez de buscar respuestas donde debemos hacerlo, las construimos. A medida y a gusto del consumidor. Así, quizás sin darnos cuenta, condenamos al olvido hechos y personajes extraordinarios, imprescindibles para reconstruir ese complejo puzzle que es nuestra historia nacional. Uno de ellos, cuya gravitación intelectual excede su cortísima vida, y sin el cual es imposible entender el pensamiento de José Batlle y Ordóñez, aún espera ser descubierto. Su nombre: Prudencio Vázquez y Vega.

Hace algo más de medio siglo, el profesor Arturo Ardo dio cuenta en su magnífico libro “Batlle y Ordóñez y el positivismo filosófico” -así como también en “Espiritualismo y Positivismo en el Uruguay”, otra obra maestra- la influencia que ejerció sobre el joven e inquieto Pepe, este hombre apenas un año mayor que él, nacido en el Avestruz, departamento de Cerro largo, el 18 de abril de 1855.

Luego de cursar Primaria, se trasladó a Montevideo, donde ingresó a la Facultad de Derecho. Allí inició sus estudios de Filosofía, vinculándose al racionalismo espiritualista, corriente de la que se convirtió, poco después, como bien recuerda Sergio Pittaluga Stewart en el prólogo del volumen 93 de la “Colección de Clásicos Uruguayos”, dedicado a rescatar algunos de sus artículos filosóficos más valiosos, “en su figura más representativa por la vehemencia y apasionamiento con que combatió al Positivismo”,  y, según él, por una “rara coherencia”, sólo comparable con la que tiempo después exhibiría el maestro Carlos Vaz Ferreira.

Para Alberto Zum Felde, autor de “Proceso Intelectual del Uruguay”, Vázquez y Vega fue uno de “los sostenedores más fuertes del idealismo filosófico y literario, ante el avance de las doctrinas positivistas y realistas que llegaban de Europa”. Asimismo, subraya que “era un racionalista-espiritualista, creyente en la existencia de Dios y del Alma, pero en pugna, por un lado, con el dogmatismo teológico de la Iglesia y por otro, con el de las nuevas escuelas materialistas”.

Para Ardao, fue el personaje que más se acercó en el siglo XIX “al tipo del filósofo puro”. Era un hombre “ardiente y austero, moralista intransigente y doctrinario fanático, (que) hizo de la ética del deber una religión que practicó y predicó con fervor de apostolado, empleándola como un arma contra el militarismo y contra la iglesia”.

La filosofía de Vázquez y Vega –contrapuesta, como se ve, a toda forma de autoritarismo- se inspiró en la de Karl Christian Friedrich Krause que, a su vez, prolonga la esbozada por Immanuel Kant. Es lógico: el “racionalismo armónico” -tal como Krause llamó a su sistema filosófico- constituye una respuesta a los dogmatismos de su tiempo, que “buscaba modificar el derecho civil en sus aspectos más crudamente individualistas y construir una sociedad donde se mantuvieran los principios del derecho natural, de la individualidad y de la libertad, y en la que la distribución de la riqueza fuera más justa” (“Batlle. El Estado de Bienestar en el Río de la Plata”, Miguel J. Pujol, 1996, p.29).

Armado de ese espiritualismo de base krausista, matizado con sus propias ideas y reflexiones, Vázquez y Vega se convirtió en uno de los agitadores intelectuales más destacados y combativos de su época, convirtiendo en trincheras todos los cenáculos a los que tuvo acceso: el Club Universitario, el Club Fraternidad, el Club Literario Platense, el Club Joven América, la Sociedad Filo-Histórica y la Sociedad de Estudios Preparatorios.

En setiembre de 1877, al constituirse el Ateneo, suscribió sus bases como delegado de la Sociedad Filo-Histórica y el Club Literario Platense. “Desde allí se propuso orientar la conducta de un importante núcleo de hombres de su generación”, subraya Pittaluga Stewart. Y así lo hizo. Uno de esos hombres, que se transformó en su discípulo y en uno de sus amigos más cercanos, era un joven veinteañero enamorado de la Filosofía y de la Astronomía, un tanto bohemio, de apellido ilustre: José Batlle y Ordóñez.

Desde 1878, Vázquez y Vega tenía a su cargo el Aula de Filosofía del Ateneo. En 1879, se creó –por iniciativa suya- la sección Filosófica de esa institución, de la que fue su primer presidente, y Batlle y Ordóñez su primer vice-presidente. A mediados de 1881, egresó de la Facultad de Derecho, doctorándose con la tesis: “Una cuestión de moral política”, tema que constituyó el cimiento de su actitud contraria a toda colaboración con gobiernos  que, como el de Francisco A. Vidal, no provinieran de elecciones libres. 

“Caudillo de conductas” –tal como lo define Pittaluga Stewart- fue, por excelencia, “un hombre de acción”.  En consecuencia, prestó su pluma al diario “La Razón”, opositor al gobierno de Latorre, donde compartió su redacción con Daniel Muñoz y Anacleto Dufort y Álvarez, y a la revista “El Espíritu Nuevo”, de corta pero sonora existencia, fundada entre otros por Batlle y Ordóñez .

En enero de 1883, enfermo de tuberculosis, se trasladó a la ciudad de Minas, confiado en las virtudes sanadoras del aire serrano.

Hasta allí se dirigieron varios de sus amigos: Pepe, Isabelino Bosch, José G. Busto, quienes permanecieron junto a él hasta su muerte, el 7 de febrero de ese año.

Sus restos fueron trasladados a Montevideo, para ser sepultados en un panteón adquirido por sus amigos y seguidores. Teófilo Gil pronunció un encendido discurso de despedida, que era, al mismo tiempo, una declaración: “No nos caben más que dos caminos a los ciudadanos independientes: abstención absoluta o la revolución armada. La juventud, señores, recogerá, mejor dicho, ha recogido ya esta doctrina como el testamento político del doctor Vázquez y Vega y ella sabrá cumplirlo”.

Así fue. En 1886, buena parte de esos jóvenes idealistas que se congregaron en torno a él, junto a un puñado de ilustres veteranos, como los generales Lorenzo Batlle y Enrique Castro, se enfrentaron a las fuerzas del santismo. De la revolución participaron Teófilo Gil, Batlle y Ordóñez, Juan Campisteguy, entre otras muchas figuras que con el paso de los años gravitarían en nuestra escena nacional. Teófilo Gil murió el 31 de marzo en las cuchillas del Quebracho, cumpliendo con lo que tres años antes había proclamado. Batlle y Ordoñez fue tomado prisionero y luego liberado. Su lucha, sin embargo, no terminó ahí; continuó por otros medios. La filosofía cedió paso al periodismo y a la política. Las enseñanzas del maestro, ya se habían hecho carne.

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