Cuando el miércoles pasado se trató en el
Senado el proyecto de ley sobre despenalización del aborto, yo dije que estaba
a favor del proyecto pero que votaría contra él por disciplina partidaria, y
así lo hice.
En este caso, al igual que en algún otro muy reciente (anulación de la
Ley de Caducidad), la cuestión de la disciplina partidaria adquirió una cierta
autonomía, y se la discute independientemente de la posición que se tenga sobre
el tema de fondo de que se trate. ¿Cómo deben actuar los legisladores:
siguiendo siempre su propia convicción, o ajustándose a los lineamientos
definidos por su partido o su sector, cuando así se les exige que lo hagan?
Desde los comienzos del siglo XX, el criterio dominante en la política
uruguaya ha sido el que podríamos denominar “pro disciplina”.
En 1903, el Partido Nacional expulsó de sus filas a Eduardo Acevedo Díaz
porque votó a favor de la candidatura presidencial de don José Batlle y Ordóñez
(en aquella época el presidente era elegido por la Asamblea General, y los
blancos habían resuelto apoyar a otro candidato colorado, Eduardo Mac Eachen).
En los años 20 hubo otro disidente en filas nacionalistas, Lorenzo Carnelli, y
se le negó el uso del lema partidario (lo que le costó a Herrera la pérdida de
la presidencia en la elección de 1926). Y más recientemente, en el año 2008, el
Directorio del Partido Nacional declaró “asunto político” el proyecto de ley
sobre despenalización del aborto tratado ese año, y exigió a sus legisladores que
votaran en su contra (ver Bottinelli, Oscar, y Bouquet, Daniel, “El
aborto en la opinión pública uruguaya”, pág. 14).
En el Partido Colorado, Batlle y Ordóñez sostenía una concepción
particularmente fuerte de la disciplina partidaria. En 1919 promovió y logró la
creación de un órgano partidario, la Agrupación de Gobierno Nacional, en el que
se discutirían los asuntos de administración y de gobierno para acordar
posiciones comunes al respecto. Feliciano Viera no estuvo de acuerdo con él, se
alejó del Batllismo y formó lo que se conoció como el “vierismo”. Cuando la Agrupación se pronunciaba por dos tercios de votos, el
incumplimiento de sus resoluciones podía determinar la censura del incumplidor,
que tendría por efecto su “descrédito partidario”. (En los años veinte el
Batllismo iría más lejos, postulando incluso como aspiración, para una futura
reforma constitucional, la revocabilidad de los mandatos legislativos).
La Carta Orgánica del Partido Colorado de 1983 mantuvo la existencia de
la Agrupación de Gobierno. Esta institución de pura cepa batllista tampoco
sufrió alteraciones con la reforma del año 2007. La Carta Orgánica no
dice qué asuntos son de la competencia de la Agrupación de Gobierno (no hace
tampoco referencia al programa), ni establece una reserva de temas que queden
excluidos de la disciplina partidaria y librados a la convicción personal de
cada legislador; es la propia Agrupación, por lo tanto, la que elige los
asuntos sobre los que se pronuncia y los términos más o menos compulsivos en
los que declara su “parecer” al respecto. Cabe agregar que, en los hechos, la
Agrupación no funciona a nivel de todo el partido, sino de cada uno de los
sectores que lo integran.
En el Frente Amplio es tradicional la disciplina de voto. Quienes
no se han sometido a ella han terminado yéndose (como se fueron Zabalza de la
Junta Departamental de Montevideo, y Chiflet de la Cámara de Diputados) o han
sido políticamente estigmatizados (Semproni por votar en contra de la primera
tentativa de anulación de la Ley de Caducidad).
La Constitución no se refiere a la disciplina partidaria, porque
reconoce a los partidos políticos “la más amplia libertad” para organizarse
como mejor les parezca (artículo 77, numeral 11). Pero todo nuestro sistema
electoral (con la excepción del voto por los candidatos en la segunda vuelta de
la elección presidencial) está estructurado en torno a la idea de que se vota
por un partido, antes que por sus candidatos (por eso el doble voto simultáneo,
las listas sábanas cerradas y bloqueadas, el tercer escrutinio, etc.). Las
hojas de votación dicen “Voto por el Partido tal, y las precedentes listas de
candidatos”. No se puede ser candidato por fuera de los partidos.
Cuando la bancada parlamentaria de Vamos Uruguay decidió reclamar unidad
de acción a sus legisladores para votar en contra del proyecto de ley sobre
despenalización del aborto, innovó dentro de la tradición partidaria. Innovó,
porque nunca antes los colorados habíamos apelado a la disciplina partidaria en
esa materia; pero lo hizo dentro de una vieja tradición, como surge de todo lo
expuesto. El diputado Fernando Amado y yo nos opusimos a la innovación, pero
puesto el asunto a votación, perdimos por catorce votos contra dos. El paso
siguiente fue la discusión y votación sobre el tema de fondo, la
despenalización del aborto; en esta ocasión, fuimos tres (Gloodtdofsky, Amado y
yo) contra trece.
Por supuesto que no me agradó votar en contra de mis convicciones; pero
lo hice, porque creo firmemente que no hay democracia sin partidos políticos,
ni partidos políticos sin unidad de acción y disciplina de voto en los temas
que, en cada momento, las mayorías califican de fundamentales o estratégicos.
El nervio del asunto está en cómo se adoptan las decisiones en estas
materias. Si resuelve el líder de turno, por sí y ante sí, caemos en bien
conocidos personalismos. Pero si se resuelve colectivamente, por votación y
previa discusión, lo que corresponde es acatar lealmente lo resuelto por la
mayoría.
Así, al menos, pienso yo.
(*) Abogado. Senador de la
República (Vamos Uruguay –Partido Colorado)
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