El SEMANARIO RECONQUISTA es el órgano de prensa de la Agrupación Reconquista del Partido Colorado, fundado por Honorio Barrios Tassano y Carlos Flores. Director Prof. Gustavo Toledo.

lunes, 1 de octubre de 2012

900 años


Por Gustavo Toledo

A comienzos del año 2010, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, celebró el undécimo aniversario de su llegada al poder con uno de esos actos a los que nos tiene acostumbrados: aparatoso, unipersonal, interminable... Con el telón de fondo de una crisis energética sin precedentes y la oposición y los estudiantes protestando en las calles, el émulo de Simón Bolívar anunció en aquel momento que estaba dispuesto a permanecer once años más en el gobierno “si el pueblo lo quiere”, y, haciendo gala de sus dotes de vidente, pronosticó que su “revolución” durará “900 años”.

"Burgueses, sigan resistiendo que les faltan 900 años nada más. Más nunca volverán los oligarcas a gobernar a Venezuela, más nunca volverán los yanquis a gobernar a Venezuela", aseguró el amigo caribeño de nuestra izquierda criolla.

Y aunque no estaba claro si se trataba de una promesa o de una amenaza, a nadie le cupo duda –por lo menos a aquellos que le prestan atención- que el comandante Chávez había bajado varios decibeles desde su última comparecencia pública. Pocos días antes, había señalado que “se requiere que la revolución bolivariana siga gobernando Venezuela hasta el año 3485”. En esta ocasión, le restó de un plumazo 587 años a su cálculo inicial. ¿Por qué?... ¡Vaya uno a saber!

El universo retórico del comandante Chávez es insondable. Para comprender al personaje no hay que reparar en sus palabras sino en sus actos. Sus exabruptos y bravuconadas son apenas un pálido reflejo de sus dislates como gobernante. Prueba de ello es su reciente oleada de estatizaciones (desde supermercados “díscolos” hasta edificios del centro histórico de Caracas). Un despropósito sólo entendible en el marco de su delirante “socialismo del siglo XXI”.

Karl Popper decía que la democracia es el único sistema en el que el pueblo puede deshacerse pacíficamente de sus gobernantes. ¿Cómo? A través de las urnas. Cuando esto no es posible, como notoriamente sucede en Venezuela, donde la gente vota pero no elige, hablar de democracia es un exceso verbal.

Si no hay respeto por la Constitución que el mismo gobierno hizo y rehízo a su antojo, si se descalifica y hostiga a la oposición política, si se persigue a las organizaciones sociales críticas del régimen y a los medios independientes y además se coarta la libertad de expresión de los ciudadanos, ¿estamos frente a una democracia de verdad o a una dictadura disfrazada de tal? La respuesta es obvia.

Por desgracia, este no es el primer caso de caudillismo autoritario que registra nuestra época. No hace tanto, un señor ampuloso, amante de las charreteras y de los discursos grandilocuentes, que a caballo del voto de sus conciudadanos accedió al poder y luego los condujo hacia el despeñadero, también aspiraba a que su régimen durara mil años. No tuvo suerte. A los doce años cayó víctima de su propio mesianismo. Duró, apenas, cuatro años más que los que lleva el comandante Chávez.

¡Ah!, me olvidaba, su nombre era Adolfo Hitler.

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