Sí, soy jorgista, y a mucha honra. Nací en un
hogar jorgista: padres jorgistas, abuelos jorgistas, vecinos jorgistas...
Jorgistas y liberales, valga la redundancia. Por eso, mi entorno jamás me
indujo a seguirlo. Ni a votarlo. Ni mucho menos a admirarlo. Lo descubrí por mi
cuenta. Yo solito. Libremente. Leyéndolo. Observándolo. Investigándolo.
Prestándole mucha atención.
La
primera vez que hablé con él, allá por el 97 o el 98, se lo dije: “A usted lo
conozco bien. Lo vengo estudiando desde hace años. Usted resiste la lupa;
incluso el microscopio. Otros, no”. Él se sonrió, complacido. Recuerdo que al
principio no quería conocerlo. Cuando me invitaron, pensé en decir que no.
Temía sentirme defraudado; que la imagen que me había hecho de él no se
correspondiera con la realidad. Por fortuna, pudo más la curiosidad, y constaté
que mis temores no tenían fundamento. Su aspecto, sus palabras, sus gestos,
eran exactamente los mismos que había visto en televisión y escuchado a través
de la radio. Descubrí que era de verdad. De carne y hueso. Que no era un
político más, de esos que montan un personaje para cazar votos. Descubrí, o
mejor dicho confirmé: que era distinto al resto. Muy distinto.
Milité
con él y para él en el 99. Todos sabíamos que esa elección iba a ser importante.
Se jugaban muchas cosas. Quiso Dios que la quinta fuera la vencida y alcanzara
la presidencia, luego de ganar la interna, meterse en el balotaje y finalmente
vencer a Tabaré Vázquez en aquel domingo histórico.
Lloré
como seguramente muchos lo hicieron cuando Sanguinetti le calzó la banda
presidencial. Jamás me olvidaré de ese momento de júbilo en mi casa, cuando
tres generaciones veían coronada -¡por fin!- esa vieja ilusión. Y un gallo
negro –obsequio de un tío abuelo- se acercara a la puerta del comedor a
acompañar aquel festejo macondiano con su sonoro canto.
Su
presidencia no fue fácil. Padeció las siete plagas de Egipto. Afrontó todo con
dignidad y coraje. ¿Se equivocó? Sí, muchas veces. ¿Quién no? Es humano. Pero
tengo claro que lo hizo sin mala intención. Movido por el genuino deseo de
hacer las cosas bien. Se puso el país al hombro. Y lo sacó a flote. Hoy, hasta
los contras se lo reconocen. De vuelta en el llano, no se retiró a disfrutar de
sus libros y sus caballos. ¡Nada que ver! Se dedicó a seguir haciendo lo que
siempre hizo: a pelear por sus ideas, como el primer día. Sin reparar en
costos. Como un soldado más. Sabiéndose, como él mismo dice, “un bien inmueble
por accesión propiedad de la República Oriental del Uruguay”. O sea, un servidor
público.
Cuando
cumplió 80 años -hace justamente cinco años atrás-, escribí una carta que
Búsqueda me hizo el honor de publicar. Ese mismo día, Jorge Traverso se la leyó
en su audición de Radio Oriental. Recuerdo su llamado telefónico, dos días después,
para agradecérmela. El diálogo que tuvimos en aquella ocasión quedará grabado
en mi memoria.
Rescato
un fragmento de la nota:
“Quien
lo conoce sabe que es así, como se lo ve: chispeante, agudo, inteligente,
memorioso, calentón, travieso, honesto. En una palabra: auténtico. Por eso,
Jorge Batlle, el ser humano, no vale por ser Batlle, que lo es, sino por ser
Jorge. Un hombre libre que ha sido fiel a sus raíces, las que ha honrado
dignamente sin aprovecharse nunca de su apellido, porque ha sido y sigue
siendo, antes que nada, fiel a sí mismo.
Por
eso, que nadie reclame ni piense siquiera en su retiro. El Uruguay no puede
prescindir de figuras como él. Para los líderes de verdad, como es su caso, no
hay jubilación. No puede, ni debe haberla. Además, a él y a nosotros, aún nos
quedan muchas batallas por librar”.
Como
dijo el poeta: el pasado es prólogo.
¡Salud
Presidente!
1 comentario:
Guatavo, comparto 1000% tus palabras y tu sentimiento. Gran artítulo, que será guardado y compartido como merece. Saludos desde México.
Otro Jorgista :)
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