Este año, las celebraciones del doce de
octubre no encuentran a la Madre Patria en su mejor momento. La crisis
económica hace estragos en la sociedad y produce, inexorablemente, conmociones
políticas. Entre estas últimas, sin duda la más importante es el rebrote del
independentismo catalán. Por supuesto, no es nuevo esto de que los catalanes se
consideren una nación por derecho propio y pretendan darle a esa nacionalidad
el correlato de un estado independiente del estado español. Pero quizás nunca
antes había ocurrido que centenares de miles de personas, según las
estimaciones más conservadoras, o más de dos millones de ellas según las más
entusiastas, salieran a las calles el once de setiembre a celebrar la Diada
(día nacional de Cataluña), agitando la “senyera” (la bandera catalana) y
reclamando independencia.
Artur Más, el jefe del gobierno de Cataluña, convocó a elecciones
anticipadas y planteó como cuestión central la de la independencia, por lo que
quienes resulten electos tendrán un mandato explícito de sus electores al
respecto. Al gobierno español, que viene de rechazar una propuesta de “pacto
fiscal” formulada por Más a Mariano Rajoy en pos de mayores niveles de
autonomía (Cataluña se queja de que aporta mucho y recibe poco), el asunto no
le hace gracia. A quienes reclaman un referéndum para zanjar el pleito -y
señalan como ejemplo el que se realizará en el Reino Unido en el año 2014, para
que Escocia decida si quiere seguir formando parte de él o no- les contesta que
la unidad de España es asunto de todos los españoles, y no sólo de los
catalanes.
Demás está decir que los vascos siguen atentamente la discusión. No
parece aventurado suponer que la crisis económica, severa como es, pasará mucho
antes de que se resuelvan estas cuestiones, enraizadas en lo profundo de la
historia de España y atinentes a la identidad misma de los pueblos que la
habitan, así como a la estructura del estado que –hasta hoy
al menos- comparten.
En la vieja Europa, los pujos independentistas no se circunscriben a
España y el Reino Unido. Recordemos que en 1993, tras un breve y fallido ensayo
de federalismo, Checoeslovaquia se descompuso en la República Checa y la
República Eslovaca. Lo que ocurrió en la vieja Yugoslavia fue demasiado
sangriento como para olvidarlo. Y en el reino de Bélgica, que se constituyó en
estado independiente en la misma época en la que los orientales juramos nuestra
primera constitución, las dificultades de la convivencia entre flamencos y
valones han llegado últimamente a niveles que obligan a preguntarse hasta
cuándo querrán o podrán seguir juntos.
Cabe suponer que la existencia de la Unión Europea juega a favor de los
pujos secesionistas. La independencia no equivale a aislamiento ni a
desvalimiento internacional, si se cuenta con formar parte de una Unión que
ofrece a sus miembros un gran mercado único, reglas comunes, tribunales que las
hacen cumplir y fuerte capacidad negociadora en el comercio global. La Unión
hace menos necesarios a los grandes estados y les hace la vida más llevadera a
las pequeñas nacionalidades que quieran izar bandera propia e instalarse por su
cuenta.
En América las fuerzas en auge no son las centrífugas. Es cierto que
Quebec no renuncia a sus aspiraciones de independencia de Canadá y que, en
Bolivia, Evo Morales debió enfrentar situaciones que pudieron haber desembocado
en el desmembramiento nacional. Pero son casos excepcionales. En general, los
estados nacionales gozan de buena salud. Hipotéticas amenazas a su integridad
territorial, además, no serían tratadas con la civilizada madurez con la que
los británicos acordaron su referéndum y los checoeslovacos su divorcio.
En la agenda del continente joven lo que está marcado no
son las secesiones ni los reacomodos nacionales, sino la integración a partir
de los estados hoy existentes. Que el camino es largo y cuesta arriba lo demuestra
la historia del Mercosur. Así como en Europa uno de los primeros estados
nacionales, España, debe enfrentar los desafíos secesionistas, en América del
Sur el líder emergente, Brasil, debe demostrar que puede conducir un proceso de
integración regional exitoso.
Eso, todavía está por verse.
(*)
Abogado. Senador de la República (Vamos Uruguay – Partido Colorado)
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