Cuando el entonces coronel Hugo
Chávez encabezó una sublevación militar contra el gobierno constitucional del
presidente Carlos Andrés Pérez en 1992, su retórica socialista y antiyanqui
sedujo a vastos sectores de la izquierda continental, entre ellos a la uruguaya.
Aún con la marca viva de la dictadura militar en el país, varios sectores y dirigentes del Frente Amplio dejaron de lado los principios democráticos para expresar simpatías por el militarismo que encarnaba Chávez.
Su victoria electoral de 1998, y sus triunfos contra una debilitada oposición que soportó sobre sus hombros el desprestigio de los partidos políticos que gobernaron Venezuela durante 40 años, fueron festejados como propios por la izquierda uruguaya.
Con la llegada al poder del Frente Amplio en el año 2004, esa simpatía mutua se tradujo en acuerdos comerciales y beneficios económicos para el Uruguay, a cambio de favores políticos, como las gestiones para el ingreso de Venezuela al Mercosur, y la cesión a Chávez de una órbita satelital asignada al Uruguay por la Unión Internacional de Telecomunicaciones.
Por estos y otros motivos, las elecciones del domingo 7 de octubre son también cruciales para el Uruguay. Una victoria del opositor Henrique Capriles supondría una revisión de las ayudas financieras recibidas desde Caracas, mientras que una victoria de Chávez permitiría al gobierno del presidente Mujica encarar el último tramo de su gestión con cierto respiro financiero, materializado en el apoyo al sistema bancario a través del Bandes y a la producción de biodiesel a través de Alur.
(*)
Periodista
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