Como la gran
mayoría de quienes vivimos en este país somos uruguayos, nos acostumbramos de
nacimiento a la uruguayidad.
Y no me refiero -ni Dios permita- al mate ni al
fútbol; el folklore es lo de afuera de lo de adentro. Me refiero a un fenómeno
más sustancial, la convivencia; que se compone de un modo de pensar y de un
modo de sentir; de un modo de percibir al otro y un modo de no percibir al
otro. Misterioso ¿no?
El gran sentimiento de esta nación es republicano y
cada vez que se pone a prueba, a grandes pruebas, la gente se ratifica. Ni me
toque la igualdad, ni me venga con mandones. Déjeme libre que con libertad, ni
ofendo ni temo.
No cualquiera en América Hispana guarda tanta
fidelidad al maravilloso siglo dieciocho, el siglo de las luces, de la Ilustración,
de los revolucionarios doctrinarios de Filadelfia y de los franceses ciudadanos
de la Marsellesa.
Del fondo enciclopédico que cambió Occidente,
llegan noticias cada vez que un plebiscito o la ocasión requieren aclarar dudas
morrudas.
En el nonazo a los militares o en el acto del
obelisco o antes -en la plaza vacía, cuando Bordaberry llamó- sonó la voz de
Dios y habló con tanta claridad, que los militares la oyeron y se retiraron, no
por vencidos, sino por convencidos.
El gran Peloduro dijo alguna vez: cada uno es un
otario, pero todos juntos son la opinión pública. De un oro interior, vienen
las resoluciones; la opinión pública es infaliblemente más profunda que la
vocinglería individual. Revise la historia reciente; compruebe que cada vez que
se vota a lo grande, la gente elige bien.
Por eso, el caso del PCU es único. Estuvo en su
mano conciliar con el consenso y en cada ocasión despreció el sentimiento
visceral de la Nación. Eligió la violencia y no la legislación del trabajo cuando
se planteó el problema del proletariado. Eligió la dictadura y no la república,
cuando se planteó el problema de la organización del Estado. Eligió la Unión
Soviética y no China continental, cuando se planteó el problema del
corporativismo y la apertura al capital de riesgo.
En una nota reciente, Esteban Valenti -que vivió en
la Rusia soviética- trata el tema y acierta muchas veces.
Escribe: "Una profunda crisis política,
pérdida de confianza, de legitimidad creciente del Partido Comunista Soviético
(PCUS) carcomía sus lazos con la sociedad, con la economía, con el aparato del
Estado; y lo dejaba cada día más desnudo en el uso del poder represivo y
coercitivo. La gangrena de decenas de miles de burócratas ocupando cargos
fundamentales que habían perdido todo sentido del socialismo o de una función
pública al servicio del pueblo, de la gente, era notoria y solo se ocultaba
debajo del silencio de la prensa y la información monopólica de un socialismo
en decadencia".
"Las novedades de la Perestroika y la Glasnost
fueron carcomidas por una estructura estatal y partidaria que no las compartía,
pues atentaban contra su supervivencia y sus privilegios".
"Para el mundo actual, la presencia de China
es de una importancia enorme. No por el precio de la soja, o porque sea la
locomotora de la economía mundial, sino porque le cambió la vida a cientos de
millones de seres humanos que venían de la pobreza extrema, del medioevo
rural". "Si en la URSS se hubiera logrado una profunda reforma en la
gestión del propio Estado, sobre todo del impacto en el bienestar de la gente,
creo que se hubiera ganado autoridad para procesar las inexorables reformas
políticas. No creo que solo con cambios económicos se hubiera podido mantener
el proyecto socialista real. La democratización, la participación de la gente
seguiría siendo una prueba y una exigencia inevitable, fundamental. La libertad
no se compra. Cambiar libertad por una supuesta justicia social es un proyecto
fallido". (URSS ¿Qué hubiera pasado? -Uypress, 1°/10/12).
Le di buen espacio a la nota de Valenti porque
nunca escuché tantas verdades y reconocimientos justos, provenientes del Frente
Amplio. Abre camino para pensar. La cultura determina en muchos campos. Ni la
Unión Soviética ni China, fueron tocadas por la revolución cultural del siglo XVIII.
Ambos países pasaron de la aristocracia al socialismo marxista leninista. Solo
de oídas conocen lo que fue la enciclopedia.
Y en esa diferencia brilla la rareza uruguaya.
Nunca conocimos zares o mandarines. El país es demasiado chico para personajones
de tanto fuste.
El espíritu que movió al artiguismo fue la
Ilustración. En medio de un pueblo bárbaro hubo una inclinación natural hacia
la libertad y la dignidad de la persona humana. Los paisanos no necesitaban
saber leer para entender eso. Andar sueltos era su vida.
Ni Rusia ni China, en su historia anterior el
socialismo, supieron qué es un hombre común que vive sin miedo.
Cuando se inaugura la Biblioteca Nacional (1816),
Dámaso Antonio Larrañaga escribe un himno a mayo, cuyos dos primeros versos
dicen: "Ya se abren las puertas/ de la Ilustración".
Es un hecho mínimo, pero inequívoco. El hombre que
se distingue en Montevideo por su nivel cultural, cuando escribe un himno, cita
el siglo de las luces, del cual proviene la pasión republicana. El santo y seña
de Artigas, para ese día extraordinario dice: Sean los orientales tan
"ilustrados" como valientes.
No es casualidad que se repita el mismo concepto.
Ambas citas tienen que ver con el ánimo de nuestros revolucionarios: la opinión
pública, las mayorías (y no el nacimiento de las personas) es la fuente del
poder público. Los documentos artiguistas están teñidos por este principio,
consagrado en las diversas Constituciones de los Estados Unidos, que aparecen
repetidas como fuente de las propuestas orientales. En los poblados más míseros
se enseñó a votar.
La banda de los charrúas era el lugar de los indios
bravos y fue cuando la colonia, lugar de gente bravía. Nos tocó un papel
histórico belicoso: ser territorio de marca, vale decir una frontera disputada
sin pausa por dos imperios, el español y el portugués. Esta banda, resultó la
antítesis conceptual de la capital oronda, donde residían las autoridades, que
desde el poder, gobernaban y lucraban (lucran) desde la altura. La campaña
oriental era pobre y anárquica.
La idea de ser todos iguales y la idea de que cada
uno regía su destino, era una ética ajena a los señoritos godos o porteños. De
este lado del río, hubo siempre voluntad firme contra los mandones. Este fue un
descampado a ras de suelo, incompatible con los modos milenarios y suntuosos de
China o de Rusia que en pleno siglo veinte, seguían siendo medioevales, cada
uno a su manera; en ellos, fue fácil que prendiera la resignación de someterse.
Ni en China ni en Rusia tan preciosamente dotadas de tradiciones, había habido
nunca igualdad humana y mucho menos fraternidad.
El comunismo en Europa occidental, es otra cosa.
Los comunistas italianos, cuando cae el muro de Berlín, cambian de nombre,
dijeron: "Partito di sinistra" y suprimieron la hoz y el martillo.
Las diferencias históricas que nos separan de los
países que se solidarizan en la economía y se amansan ante un régimen
autoritario, es inaplicable a una sociedad intrínsecamente republicana.
Después del impulso libertario de la patria vieja;
y del lustre del siglo de las luces, perseguir la opinión o inculcar el miedo,
se encaran como delitos.
El problema del PCU es, pues, su extranjería. El
senador Lorier no tiene quien lo escuche, por eso hace tanto ruido.
(*) Abogado. Escritor. Historiador.
Fuente: El País Digital
No hay comentarios:
Publicar un comentario