Por Gustavo Toledo
Anoche tuve un sueño horrible, que solo recordarlo me eriza la piel.
Soñé que las autoridades educativas decidían renunciar en masa y ceder sus lugares a un conjunto de personas competentes, experimentadas, dispuestas a innovar en lo que haga falta y copiar todo lo que sea necesario, y nadie, absolutamente nadie, les preguntaba a quién habían votado o si estaban afiliados a ningún sindicato.
Soñé que se privilegiaba a los alumnos (es decir, a los hijos, sobrinos y nietos de los que están, estuvieron o pueden llegar a estar) y no los intereses de las corporaciones.
Soñé que se aplicaba el management a la organización y administración de los centros educativos, que los directores de las escuelas y liceos leían a Peter Drucker, que la enseñanza pública brillaba por su excelencia y que los recursos que la sociedad le asignaba se gestionaban con buen criterio y mano de hierro.
Soñé que se estimulaba la creatividad y la actitud emprendedora de los niños, que se instauraba un sistema de premios y castigos para grandes y chicos, que se ensañaba informática de manera práctica y no a través de pizarrones de tiza, que cada adolescente que egresaba de Secundaria lo hacía sabiendo leer, escribir, multiplicar y dividir correctamente y dominando al menos tres idiomas (español, inglés y portugués).
Soñé que la curricula educativa no le daba la espalda al mundo del trabajo y que tenía como eje los paradigmas del siglo XXI y no los del XIX.
Soñé que los padres comprendían que la única posibilidad de que sus hijos tengan futuro es que reciban una educación de calidad y estaban dispuestos a pelar por ella, a golpear todas las puertas que fueran necesarias y a reivindicar su derecho a elegir a qué centro quieren mandarlos.
Soñé que las cúpulas partidarias entendían de una buena vez que la política educativa de un país como el nuestro es su principal política social y económica y que ésta no debe estar sujeta a repartijas, mezquindades y negociados de ningún tipo.
Soñé que Varela regresaba a la Tierra y nos volvía a señalar el camino, luego de darnos un golpecito en la frente a cada uno de nosotros antes de que la carreta descarrilara.
Soñé con un país en serio, qué loco, ¿no? Prometo no comer tan pesado de noche. ¡Dormir con el estómago lleno me hace soñar cada cosa…!
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