Como no podía ser de otra manera, el presidente de la República comenzó el año en su salsa, es decir, concediéndole una entrevista a un medio amigo, supuestamente “plural”, con el que se despachó a gusto sobre diversos temas. Se refirió, entre otros, a la marcha de la economía, a la relación entre socialismo y Estado, a la “fina discriminación” de la que dice ser víctima y al uso de ciertos adjetivos... Como a Terencio, nada de lo humano le es ajeno.
Confieso que a esta altura de la soirée no me sorprende la sobrexposición del Sr. Mujica, ni mucho menos su gusto por los golpes de efecto. Por el contario, ya estoy –y presumo que la mayoría de mis compatriotas me acompañan en el sentimiento- habituado a esa polución mediática. Lo que sí me sorprende, debo reconocer, es la impunidad con la que realiza ciertos comentarios y luego se desdice de ellos sin el menor empacho o pretende justificar lo injustificable con argumentos que rozan el ridículo. Pero lo que más me llama la atención, permítanme decirles, es nuestra mansedumbre, nuestra insólita e incomprensible mansedumbre, que llega al punto de que le prestemos la oreja todos los santos días del año como si nos hablara en serio y guardemos silencio -a esta altura cómplice- cuando insulta o destrata a alguno de nuestros compatriotas.
Es evidente que el presidente hace lo dice lo que quiere. Y eso no es bueno para nosotros. No sólo juega al límite de la ley y la Constitución sino que parece disfrutar transgrediendo un día sí y otro también ciertas normas no escritas que hacen a la convivencia pacífica y civilizada entre los uruguayos, comenzando por la más básica de todas: el respeto al conjunto de los ciudadanos que representa y tienen la generosidad de pagarle mes a mes su sueldo de presidente.
Me sorprende que nadie diga nada cuando manifiesta muy suelto de cuerpo sentirse víctima de una “guerra” desde dentro y fuera del gobierno, producto de la “fina intolerancia” de ciertos sectores de la sociedad por no tener “chapa universitaria” ni “cara de prócer”, por no integrar “determinado círculo social” y ser “rupturista” y “demasiado contestatario”. Un chiste, tragicómico.
Es obvio que nadie puede decirle a este señor cómo debe sentirse; los sentimientos son individuales e intransferibles, pero semejante afirmación es una falacia de cabo a rabo. Es verdad que no pertenece a “determinado círculo social” ni posee “chapa universitaria” ni “cara de prócer”, pero no por eso es menos que nadie, ni es el primer uruguayo con esas características que alcanza la presidencia. Don Tomás Berreta, por sólo mencionar un ejemplo de nuestra historia, no era universitario ni provenía de la alta sociedad (fue agricultor, tropero, policía raso, funcionario de la Dirección de Abasto) y, sin embargo, jamás jugó a victimizarse o generar lástima en la gente a partir de su origen humilde. La diferencia es obvia: don Tomás pertenecía a aquella casta de gobernantes que honraban la función pública y actuaban con austeridad republicana, y que hoy en día parece estar en franca extinción. Por otro lado, eso de que es “rupturista” y “demasiado contestatario” son consideraciones demasiado generosas del presidente consigo mismo. ¿Qué tiene de rupturista alguien que sólo realiza anuncios a menudo confusos y extravagantes y apenas cambió de lugar algún florero y el color de las paredes? ¿Acaso se siente contestatario por vestirse como se viste y hablar como habla? Si es así, Mario Moreno “Cantinflas” es equiparable al Che Guevara y “Minguito” a Fidel Castro.
Pero, ¿saben qué? Esto no es lo más sorprendente de su penúltima aparición en los medios. Lo que supera la medida de lo tolerable es que trató de “nabo” por segunda vez a un periodista (en este caso a Marcelo Gallardo, corresponsal en Maldonado del diario “El País” y de radio “El Espectador” y propietario del diario “Correo de Punta del Este”; antes lo había hecho con Néber Araujo) y no contento con eso se encargó de realizar una aclaración que, a mi modo de ver, es bastante más grave que el hecho en sí.
"Esta última vez no traté de nabo a un periodista. Ese es dueño de un medio de prensa en Punta del Este. Me está contrabandeando de periodista, pero es dueño de un medio de prensa, es un patrón, yo también conozco a la gente", aseguró en la entrevista de marras.
¿Debemos deducir, entonces, que recapacitó y entendió que está mal tildar de nabo a un periodista, en tanto trabajador, pero es correcto hacerlo con el dueño de un medio de prensa, en tanto patrón? En ese caso, ¿todos los dueños de medios de comunicación son nabos o sólo aquellos que él “conoce” y entiende que le “contrabandean” preguntas incómodas? Si son nabos per se, hay más de uno al que aún no se lo ha dicho, pero lo piensa, lo cual refleja un prejuicio inaceptable y cierta dosis de hipocresía. Si son nabos por ser opositores o simplemente por cumplir su labor periodística, es mucho más grave, ya que refleja una veta intolerante bastante más marcada y grosera que aquella de la que dice ser víctima.
Sea como fuere, da la impresión de que para el presidente hay ciudadanos clase A (los amigos, los camaradas, los dueños de los medios amigos, los periodistas cortesanos) y ciudadanos clase B (los opositores, los patrones de los medios críticos, los periodistas que cumplen su función de preguntar). Sería bueno, a partir de su "aclaración", que nos preguntáramos ¿si es tolerable que un presidente se maneje de ese modo? ¿Si se corresponde con su investidura arrebatos y agresiones como a las que nos tiene acostumbrados, pero sobre todo este tipo de pensamiento autoritario que busca justificar sus reacciones indebidas?
Como decía don Atahualpa Yupanqui, “no aclare que oscurece”; pero más a oscuras de lo que estamos, es difícil que podamos estar. ¿O sí?
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