Mañana,
sábado 14 de setiembre, la Convención del Partido Colorado está llamada a votar
para decidir si autoriza o no al Comité Ejecutivo Nacional a suscribir el
Acuerdo por Montevideo, cuyas características principales hemos comentado en
otras ocasiones.
El asunto fue largamente discutido en
la sesión de la Convención colorada del sábado pasado y también en los medios
de comunicación. Los dos precandidatos presidenciales colorados, Pedro
Bordaberry y José Amorín, así como el Comité Ejecutivo Nacional, se
pronunciaron a favor del Acuerdo. La opinión de los colorados de a pie está en
sintonía con la de los principales líderes partidarios. Lo que queda por saber
es si la opinión favorable de los convencionales, que es también claramente
mayoritaria, alcanzará la alta exigencia de la Carta Orgánica: dos tercios del
total de miembros de la Convención, es decir, 402 votos. Si los acuerdistas,
aun siendo mayoría, no llegan a esa cifra, todos habrán perdido: los
contrarios al Acuerdo, porque estarán en minoría, y sus partidarios, porque
no podrán suscribirlo.
Se podrá votar dentro de un amplio
horario, en todos los departamentos del país. De esta manera se facilita la
participación de los convencionales del interior, que no tendrán que
viajar a Montevideo para decidir una cuestión que interesa principalmente –no
exclusivamente- a los montevideanos.
El procedimiento de votación está
impuesto tanto por la Carta Orgánica como por el Reglamento de la Convención:
debe votarse por cédulas firmadas, es decir, firmando el voto. Este
procedimiento no agrega nada en materia de publicidad del voto, que en la
Convención es siempre público (a mano alzada) salvo norma expresa en contrario,
pero le da certeza indiscutible al resultado.
En cuanto a la ocasión de la votación,
se ha sostenido que debería diferirse para que sea la Convención que se elija
en las internas del año próximo la que resuelva el punto. El error de esta
opinión es muy claro: el plazo para solicitar a la Corte Electoral el registro
de un nuevo lema vence el 2 de enero próximo, por lo que la decisión al
respecto no puede postergarse hasta después del 1º de junio (fecha de las
internas). El nuevo lema también debe elegir sus autoridades en esta última
fecha, lo que no sería posible sin la previa decisión política de los partidos
acuerdistas en tal sentido. Además, quienes sean candidatos en las
internas de un partido no podrán luego ser candidatos por otros partidos en las
elecciones nacionales o departamentales. No se le puede pedir a nadie que se abstenga
de participar en la elección de autoridades de su partido, reservándose así
para ser candidato por un nuevo lema en las elecciones departamentales de 2015,
si no hay una decisión firme en el sentido de suscribir el Acuerdo y constituir
ese nuevo lema.
Es cierto, sin embargo, que la
Convención que surja de las internas del año próximo podría dejar sin efecto el
Acuerdo por Montevideo, revocando así lo resuelto por la Convención actual (si
es que ésta habilita efectivamente mañana la suscripción del Acuerdo) y
asumiendo ante el país las consecuencias políticas de tal decisión. Ante esta
posibilidad, la cuestión del Acuerdo tendrá que ser un tema de la próxima
elección interna; los votantes colorados tendrán que optar entre dar su voto a
quienes quieran mantenerlo, o a quienes se propongan rescindirlo. Mientras
tanto es la Convención actual la que resuelve, y a su decisión habrá que estar.
Desde el punto de vista político
electoral, la necesidad del Acuerdo por Montevideo salta a la vista. No
insistiremos sobre este punto, al que ya nos hemos referido con anterioridad.
Reiteramos sin embargo nuestra opinión, en el sentido de que si el Acuerdo no
garantiza la victoria de quienes lo suscriban, la falta de él sí asegura una
nueva victoria del Frente Amplio en Montevideo. Ni el Partido Colorado ni el
Partido Nacional pueden, por separado, derrotar a la coalición de partidos que
gana holgadamente en Montevideo desde 1989. Esta es la realidad; para
cambiarla, hay que empezar por reconocerla.
Es cuando se llega a esta etapa del
razonamiento que suele aparecer la objeción ideológica, según la cual son tan
profundas las diferencias entre colorados y blancos, y más precisamente entre
batllistas y herreristas, que no valdría la pena el triunfo electoral si para
alcanzarlo hay que pasar por encima de ellas.
Convengamos, ante todo, que los
recuerdos de los enfrentamientos del pasado no pueden ser la guía para tomar
decisiones políticas hoy. Se entiende que la sangre derramada en 1904 haya
teñido los debates políticos del primer tercio del siglo veinte, pero sería
absurdo que siguiera haciéndolo en la actualidad.
En cuanto a las ideas: se habló
largamente de ellas, en forma genérica, en la Convención del sábado pasado,
pero nadie mencionó ni una sola, en términos precisos, que sea ni remotamente
un obstáculo para el Acuerdo por Montevideo. No hay una doctrina batllista del
alumbrado público, ni de la recolección de residuos domiciliarios, que pueda
contraponerse a una doctrina herrerista en esas u otras materias municipales.
Compárense los respectivos programas de gobierno departamental de elecciones
anteriores: se encontrarán diferencias, acaso, pero no discrepancias
insuperables, ni mucho menos.
No debe olvidarse, por otra parte, que
el principal objetivo político es ganar el gobierno nacional y ejercerlo con
éxito. Ninguno de los dos partidos tradicionales puede lograr una cosa ni la
otra, sin la activa y firme colaboración del otro. En efecto: tanto el Partido
Colorado como el Partido Nacional se necesitan mutuamente para ganar en una
hipotética segunda vuelta, como así también para formar una coalición de
gobierno que asegure mayoría parlamentaria y gobernabilidad por cinco años. Si
aceptamos la posibilidad de formar una coalición de gobierno con el P. Nacional
y acordar, por ejemplo, en materia económica, presupuestal, educativa, de
política exterior, etc., ¿por qué habríamos de rechazar de antemano la
posibilidad de ponernos de acuerdo acerca de los parques y paseos públicos, el
tránsito vehicular o las necrópolis?
Para algunos puede resultar difícil
adaptarse a una realidad política que muestra al Frente Amplio como partido
mayoritario, tanto a nivel nacional como en Montevideo y otros departamentos,
ya que esa realidad choca con esquemas mentales forjados en un siglo y medio de
bipartidismo blanquicolorado. La adaptación requiere grandes sacrificios, como
lo fue la renuncia al doble voto simultáneo y el establecimiento del balotaje
en 1996, o como lo es el Acuerdo por Montevideo en la actualidad; a cambio de esos
grandes sacrificios, lo que se obtiene es la perduración de la vigencia
política de los partidos tradicionales, casi dos siglos después de su creación;
una verdadera hazaña.
En cambio, quien renuncie a adaptarse a
las nuevas circunstancias podrá quedarse en su zona de confort, apegarse
a antiguos recuerdos y seguir pensando con las categorías políticas de ayer; el
precio a pagar por estas comodidades afectivas e intelectuales es la progresiva
pérdida de vigencia, hasta la irrelevancia final.
Mañana dirán los convencionales
colorados si optan por el esfuerzo o por la comodidad; si eligen luchar por el
futuro, o abandonarse a la inercia del pasado.
(*) Abogado. Senador de la República
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