Fuera
cual fuera la integración de la Suprema Corte de Justicia, el pronunciamiento acerca
de la inconstitucionalidad de la ley interpretativa de la ley de caducidad
respecto a los delitos cometidos durante la dictadura sería el mismo. Esto es
sencillamente porque se trata de una obviedad desde el punto de vista jurídico.
Lo más polémico es, en tal caso,
que a pesar de esa obviedad la ley interpretativa fue aprobada por el
parlamento. Eso debiera preocuparnos mucho más que lo que pueda indignarnos
toda presión que pueda ejercer del Poder Legislativo sobre el Poder Judicial en
una república democrática como la nuestra.
Para ser más claro: ¿cómo puede
sorprendernos que los legisladores del Frente Amplio adhieran y fomenten
manifestaciones contra el Poder Judicial o amenacen con juicios políticos a los
integrantes de la Suprema Corte de Justicia, su órgano máximo, si, de antemano
y en uso de las mayorías circunstanciales que tiene el partido de gobierno en
el parlamento, aprueban leyes que se dan de frente contra la constitución y dos
pronunciamientos populares?
La aversión contra las normas,
las instituciones y los pronunciamientos de la ciudadanía no es novedad. Se
trata, ni más ni menos, que del pilar fundacional del sector mayoritario del
Frente Amplio. Así nació el Movimiento Tupamaro. Aborreciendo el sistema
político, la democracia plenamente vigente a principios de los años sesenta y
la Justicia que, en aquellos años al igual que hoy, constituía uno de los
poderes independientes de nuestro país. Esto último, cometiendo todo tipo de
delitos. Contra la vida y contra la propiedad.
La novedad radica en la
restitución de esa animosidad, ahora desde el poder, cuando la ciudadanía
depositó su confianza en el entendido que esas eran cuestiones del pasado.
Hoy, como ayer, la denominada
izquierda uruguaya está enferma. El desprecio a las instituciones, a la
Constitución y a las leyes vuelve a aflorar.
Se rompió el pacto. A tal punto
que, dentro del propio Frente Amplio está instalada su reconsideración. Me
pregunto: ¿podrá la ciudadanía volver a depositar su confianza en un partido
cuyos integrantes discuten aún cuestiones tan fundamentales para la vida democrática
de una nación?
¿Podrá la gente tener confianza
en un nuevo gobierno de un partido político cuyos integrantes no tienen
confianza entre sí, al punto que, como propone Fernández Huidobro, se les
prohíba a los miembros del gabinete ingresar al consejo de ministros con
celulares?
Si esto es así, definitivamente
habremos perdido la pulseada. Entre la libertad y el oscurantismo.
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