Por Ope Pasquet (*)
Decía Federico Engels que un día, tras el
advenimiento de la sociedad sin clases (la sociedad comunista), el Estado iría
a parar al museo, junto a la rueca y al hacha de bronce…
Parece
que en el Uruguay hay quienes quieren ir adelantando camino. Para ello se
empeñan en colocar desde ya, en la vitrina de las antigüedades inservibles, a
la venda y la balanza que tradicionalmente componen la alegoría de la Justicia.
La
venda que cubre la vista de quien juzga y la balanza equilibrada que su mano
sostiene, aluden a ese atributo esencial de la función jurisdiccional que es la
imparcialidad. “No se puede ser juez y parte”, dice la sabiduría popular. En
efecto, las dos figuras se oponen y no pueden confundirse en una sola. Cada
parte reclama, ante el Juez, lo que cree que le corresponde; y el Juez, después
de haber oído a la reclamante y a su contraria, decide lo que, de acuerdo con
la ley, le parece más justo. Si antes de empezar el juicio, el Juez ya tomó
partido a favor o en contra de una de las partes, el juicio es una farsa y el
Juez no merece el nombre de tal.
Estas
nociones elementales han sido pacíficamente recibidas en el Uruguay desde
siempre. Hechos recientes y notorios demuestran, sin embargo, que hay sectores
de la sociedad y la política que hoy las cuestionan.
Los
reclamos por la permanencia de la Dra. Mota en el fuero penal, sólo se
entienden a partir de la negación del valor de la imparcialidad. En una causa
por delitos cometidos durante la dictadura (caso Calcagno), la Dra. Mota
estampó en una sentencia del año 2011 el concepto de que el imputado tiene el
deber de producir prueba, aún en su contra. Violó así, directamente, un derecho
humano fundamental universalmente reconocido y consagrado –entre otros
instrumentos- por el Pacto de San José de Costa Rica. El Colegio de Abogados
emitió una contundente declaración en defensa del “principio de no
autoincriminación”, pero la Suprema Corte de Justicia optó por mirar para otro
lado y hacerse la desentendida, frente a un error inexcusable y lesivo de
garantías elementales. Poco después la Dra. Mota participó en la tradicional
marcha del 20 de Mayo por los Desaparecidos; la Corte declaró que violó así el
deber ético de imparcialidad, olvidándose de que ese deber tiene también rango
jurídico, por lo que no aplicó sanción alguna y archivó, sin más, las
actuaciones.
Obviamente,
los denunciantes en las causas por delitos cometidos durante la dictadura
estaban encantados con la Dra. Mota. Lo demostraron ruidosamente el viernes
pasado, haciendo necesaria la intervención policial para restablecer el orden
en el Palacio Piria. El hecho de que un Juez tenga hinchada propia, es la
prueba más clara de que no es imparcial; a la hinchada se le llama, también, “parcialidad”.
Días
después del traslado de la Dra. Mota, la Corte declaró la inconstitucionalidad
del Impuesto a la Concentración de Inmuebles Rurales (ICIR). ¡Para qué! La
dirigencia frenteamplista hacía cola para pegarle. La senadora Xavier,
presidente del Frente Amplio, dijo que la Corte protege a los grandes
capitales, perjudicando al país. El senador Lorier hizo un gran paquete con la
defensa de la impunidad (traslado de Mota) y la protección de los intereses
económicos hegemónicos (ICIR). El diputado Pardiñas, Secretario General del
Partido Socialista, criticó a la Corte por no interpretar el sentir de la
fuerza política de gobierno. El diputado Luis Puig, del PVP, adelantó que
denunciará internacionalmente a la Corte, si declara la inconstitucionalidad de
la ley “interpretativa” (anulatoria) de la Ley de Caducidad.
Estas
no son meras opiniones personales: son la expresión de una visión
marxista del Derecho y la Justicia, prevaleciente en el Frente Amplio, que los
concibe como instrumentos de dominación de clase. “Ya que nosotros
conquistamos legítimamente el poder político al ganar las elecciones”, diría el
razonamiento, “tenemos derecho a que el Poder Judicial nos ayude a ejecutar el
programa de la mayoría, convalidando las medidas que tomamos, en vez de andar
haciéndole el juego a la derecha”. Palabra más, palabra menos, esa es la idea.
La
tradición republicana y liberal quiere poderes separados, “frenos y
contrapesos” y controles recíprocos. Desde la perspectiva de la lucha de clases
no tiene sentido buscar esos equilibrios, salvo por razones tácticas; lo que se
busca es la hegemonía, tan pura y tan dura como sea posible lograrla.
Para
los liberales, el poder político debe estar limitado por la Constitución y la
ley; los jueces son los guardianes de esos límites, y de esa manera garantizan
los derechos fundamentales, tanto individuales como colectivos. Para los
marxistas, en cambio (aunque no sólo para ellos), “lo político está por encima
de lo jurídico”.
Son
estas visiones radicalmente distintas del Estado, el Derecho y la Justicia las
que se contraponen en el Uruguay de hoy.
Error
fatal sería, para quienes creemos en la libertad como valor fundamental,
en el Derecho como regla de convivencia y en un Poder Judicial
independiente como garante de su recta aplicación, no advertir que es todo esto
lo que está en juego.
(*)
Abogado. Senador del Partido Colorado (Vamos Uruguay)
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