Por
Gustavo Toledo
Según
parece, al presidente de la República no le preocupa que suban los precios. Que
el aumento del IPC de enero haya sido del 1,9%, y la inflación anual se sitúe
en torno al 8,7% (lo que se encuentra bastante por encima del rango que las
autoridades económicas se habían puesto como meta: entre 4 y 6 %), no le quita
el sueño. “Con la inflación no pasa nada. Yo me crié en un país que tenía una
inflación del 70 u 80%”, señaló, muy suelto de cuerpo.
Del comentario, se desprenden -al
menos- tres conclusiones a tener en cuenta.
La primera: que el presidente de la
República no sabe nada de Economía. O está mal asesorado, que a los efectos
prácticos, es más o menos lo mismo. Si cierro los ojos, me imagino al Cr.
Couriel, fichado en la última elección como referente del MPP en esa materia (e
integró –de yapa- la lista al senado de la 609), diciéndole al oído:
“Tranquilo, Pepe. ¿Qué son dos dígitos?”.
Recuérdese que este incomprendido prócer de los números es celebrado en
Centro América por sus encomiables aportes en materia monetaria y cambiaria,
especialmente en Nicaragua. País que, casualmente, hace mucho que no pisa.
Ahora bien, cualquiera de las dos
posibilidades (que no sepa o que esté mal asesorado) conlleva una terrible
constatación: el presidente está tan lejos de la calle como de la más elemental
lógica económica. Está muy lejos del ruido de los carritos de supermercado. De
las caras de amargura de las sufridas amas de casa a las que se les complica
llegar a fin de mes. La chacra es una burbuja, en más de un sentido, en la que
sólo se escucha M24 y el relato en macramé de solícitos camaradas dispuestos a
endulzarle el oído. La realidad pasa frente a la portera del campito convertido
en meca, pero no entra. Se queda afuera. Un cartelito advierte: “Cuidado con la
perra. No se aceptan malas noticias”.
Mientras tanto, “el Público”, como
decía Pacheco (¡perdón por la referencia, pero viene al caso: el Bocha también
se las tuvo que ver con este flagelo!) rasca bolsillos y monederos en busca de
aquel pesito que antes obsequiaba, dispendioso, al improvisado malabarista del
semáforo o al curtido cuidacoches de la cuadra.
Minucias.
Para ilustrar lo que el presidente
ignora, o prefiere ignorar, recorto y pego un pasaje de un libro que recomiendo
comprar y tener sobre la mesa de luz, al lado de la Constitución y la Guía Telefónica. El libro, muy popular entre
estudiantes de Ciencias Económicas, se llama “Para entender la Economía del
Uruguay”, y uno de sus autores -¡oh casualidad!- es nada más ni nada menos que
el ninguneado ministro de Economía, el Cr. Fernando Lorenzo.
Comparto:
“Básicamente, los problemas que trae
consigo la inflación derivan de la imprevisibilidad que la misma genera, y de
que no todos los productos ni todos los factores subirán sus precios al mismo
tiempo ni en la misma proporción. Así, cuanto mayor sea la inflación, mayor
será la incertidumbre con respecto a la evolución de cada uno de los precios, o
más amplio el margen de error en las expectativas de los agentes económicos. La
incertidumbre de las personas, o la sensación de inseguridad, se da tanto en
relación a cuánto dinero van a recibir por lo que venden, como en relación a
cuánto van a gastar por lo que consumen. En términos generales, se dice que un
país presenta problemas inflacionarios cuando la tasa de inflación supera el
10% anual”.
Clarito, ¿no? Estamos ahí. Al borde de
los dos dígitos. Pero eso no le preocupa al presidente, volcado, de lleno, a su
hobby favorito: comentar las noticias. Parlotear con cara de yo no fui. Decir
una cosa, y no hacer nada. A dos años de terminar su mandato, es convirtió en
el Toto Da Silveira de la política. Solo le falta decir: “con el gusto de
siempre”; “en la medida que…”; “cabe consignar”.
Pues bien, si en algún momento tuviera
un acceso de racionalidad y decidiera cambiar de asesores, tiene a quién
consultar. A él, “Harvard”, le queda cerca. A un par de oficinas de distancia.
Pero, no nos engañemos, esta posibilidad no parece estar entre sus planes.
Sabemos que no confía en Lorenzo, ni en Bergara, ni en el mismísimo Astori, a
los que necesita como tarjeta de presentación ante el Gran Capital, como
garantía de seguridad. Pero nada más. Se nota que no los quiere ver ni en
figuritas. Prefiere rodearse de otras personas, más afines a sus ensoñaciones ruralistas.
Menos atadas a la ortodoxia neoliberal. De ahí el segundo comando, con asiento
en la OPP. Más conocido como: La Armada Brancaleone.
La segunda conclusión es empírica.
Cuando dice que “con la inflación no pasa nada”, y remite a los tiempos de su juventud,
deja ver que no entendió nada. O simula no haber entendido nada, lo cual sería
mucho más grave.
Entre las “condiciones objetivas” que
generaron el caldo de cultivo para que un grupo de iluminados tomara las armas
y quisiera alcanzar el poder mediante la fuerza a principios de los sesenta –
él fue uno de los que empuñó toda clase de linternas y faroles para que
pudiéramos ver la luz, su luz-, se encuentra la espiral inflacionaria desatada
a mediado de los cincuenta, que sembró inestabilidad y confusión en todos los
órdenes de nuestra sociedad, conduciendo al país por un tobogán que terminó en
lo que todos conocemos, pero no todos recordamos: una larga y oscura noche
autoritaria.
Tercera conclusión: la inflación de
palabras es tan mala como la inflación de los precios. Sobre todo, cuando desde
el poder se empeñan en devaluar nuestras esperanzas de vivir en un país
próspero y seguro con mentiras y prejuicios ideológicos.
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