Ayer
aprendí muchas cosas viendo la televisión.
Aprendí
que un juez es bueno, comprometido, profesional, intachable (en una palabra:
“justo”), si piensa como yo.
Aprendí
que lo que separa a una horda de salvajes de una sociedad civilizada es el
respeto a las instituciones y el diálogo como bandera.
Aprendí
que nuestro Estado es un puzzle en manos de un puñado de niños (con el perdón
de los niños) con trastorno de ansiedad. (Para que dos piezas calcen, no tienen
problema en recurrir a la tijera y el martillo).
Aprendí
que una "asonadita" cada diez años mantiene sanas las arterias y activos los
reflejos revolucionarios.
Aprendí
que en aras de verdad y justicia algunos están dispuestos a sacrificar la
verdad y la justicia.
Aprendí
que la separación de poderes es una gilada de un tal Montesquieu (¡Pobre
tonto!).
Aprendí
que el presidente sólo habla cuando no tiene nada que decir.
Aprendí
que no hay república sin republicanos, ni democracia sin demócratas.
Aprendí
que seguramente podamos hacer poco y nada para evitar que un meteorito arrase
la Tierra y nos lleve puestos, pero sí podemos hacer mucho para que no nos gane
la barbarie.
Aprendí
que para que las cosas cambien, no basta con ver la televisión.
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