Ante una página en blanco, cualquier
periodista-militante tiene básicamente dos opciones: pensar un tema
interesante, investigarlo y luego redactar algo más o menos decente para
brindarle a sus lectores, o, en su defecto, tomar un taxi hasta Rincón del
Cerro y entrevistar al Pepe. Si prima la ley del mínimo esfuerzo -o sea, lo
segundo-, alcanza con arrimarle un grabador, poner cara de interés y dorarle un
poco la píldora. Lo demás corre por su cuenta. El resultado es infalible. Una
nota de color ("exótica", diría él) con rebote mediático. ¿Qué mejor
que eso?
El
Semanario Voces publicó hace pocas semanas una extensa entrevista -tan extensa
que debió publicarla en varias entregas-, en la que el presidente se despachó
“a piacere” acerca de todos los temas sobre los que fue consultado, con esa
superficialidad que lo caracteriza, y que su ejército de aplaudidores confunde
con profundidad e incluso algunos con… ¡sabiduría!
Como
es lógico, sus declaraciones-confesiones levantaron revuelo. Para eso fueron
dichas, y publicadas, ¿no? Para ser replicadas en otros medios y “consumidas”
por el más amplio y variado público posible. En suma, para bajar línea y
conservar la centralidad mediática que tanto disfruta y explota.
Dentro
del fárrago de comentarios, reflexiones y opiniones que volcó en la entrevista,
se destaca una que refleja los entresijos de su pensamiento. Muy suelto de
cuerpo, señaló que su esposa, compañera y asesora de imagen y comunicación,
Lucía Topolansky, le dijo que vaya a los “programas bobos”, que son esos los
que ve la gente. “Los programas buenos los vemos nosotros. La gente normal, la
que vota, ve los programas bobos. Tenés que ir a esos, no te preocupes por ir a
los otros porque es exactamente al revés, andá a los bobos que tienen que ver
con el entretenimiento y ahí tratá de meter alguna”, confesó.
Y
él, obediente, que no es como la gente normal, que ve otra clase de programas,
que es flor de vivo, le hizo caso. Fue (va) a los “programas bobos”, a “meter
alguna”. O sea, a hacer alguna “bobada”, para captar la atención de los
"bobos".
¿Subestimación?
No, desprecio por la "gente normal". Tan simple como eso. No le
interesa elevar el nivel de los espectadores-ciudadanos. Le alcanza con que le
compren "alguna". De la tatucera a la caja boba, podría ser un buen
título para su parábola existencial. Al fin de cuentas, ¿qué diferencia hay
entre una urna y un control remoto? Ninguna. Lo dijo claramente: la gente que
ve "programas bobos" es "la que vota". Además, ya sabemos
que a él lo votan “los que no piensan”, como confesó de manera mucho más
descarnada antes de las últimas elecciones (La Juventud, 9/10/2008).
Ahora
bien, si la gente es boba, y hay que “meterle alguna”, no debería sorprendernos
en lo más mínimo su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas,
en el que las quiso meter todas. Un interminable, pedante e insondable
compendio de lugares comunes y necedades, que la tilinguería sin fronteras
convirtió rápidamente en su Sermón del Monte.
En
esa línea, tampoco debería sorprendernos que vea a los uruguayos como un gran
“laboratorio” y a sí mismo como una suerte de alquimista anarco-ruralista. Para
eso pasa la gorra, improvisa, acomoda el cuerpo, manguea ayuda a magnates y a
oscuras fundaciones internacionales. Para transformar al Uruguay en algo
similar a los Kung-san, aquella tribu africana que supo vendernos como sociedad
ideal, y que cualquier bolche con al menos dos lecturas encima definiría
como un claro exponente de "comunismo primitivo", y no como un modelo
a concretar.
Que
los bobos, los que no piensan, se conviertan en conejillos de Indias no le
preocupa. Que más del 60% de la opinión pública esté en contra de su
experimento -justo el mismo porcentaje que puso como frontera psicológica para
irse “al mazo”-, no importa. Como te digo una cosa, te digo la otra. El hombre
nuevo del siglo XXI no está para tomar el fusil y hacer la revolución sino para
dar vueltas dentro de una ruedita y responder al frío y al calor con la misma rapidez
de reflejos que un cobayo.
Ya
lo dijo el Contador Damiani, ex presidente de Peñarol y filósofo contemporáneo:
“el mejor negocio en Uruguay es importar bobos. Porque acá está lleno de vivos.
¡Lo que se necesitan son bobos!”.
Pues
bien, fieles a la exégesis artiguista que hoy está de moda, sean los orientales tan bobos como cobayos.
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