Con el coqueto marco de Portezuelo, un grupo de dirigentes
del Frente Amplio se reunió hace algunos días con el propósito de comer un asado y
conversar sobre política.
La noticia
carecería de interés si omitiéramos decir que entre los asistentes se encontraban
nada más y nada menos que tres ministros (Interior, Desarrollo Social y Trabajo),
dos diputados del MPP, el presidente de una importante empresa del Estado
(ANCAP), varios dirigentes sindicales y el prosecretario de la Presidencia, Diego
Cánepa. ¿Y si le dijera, además, que el motivo de la reunión no está
relacionado con la marcha del gobierno que todos ellos integran, y que, por cierto, deja mucho que desear, sino con las próximas elecciones? Ahí la
cosa cambiaría, ¿no?
"La
principal preocupación es volver a ganar", resumió con inusual franqueza
uno de los asistentes, según consignó el diario El País. Convengamos que no hay que ser
una lumbrera para imaginar que la cuestión electoral está entre las preocupaciones
de cualquier político, y si éste es gobernante aún más (su continuidad salarial depende de que
la gente confíe en ellos y los vote), pero que esa sea su “principal
preocupación”, cuando aún faltan dos años para que termine la actual administración
y los problemas sin resolver se amontonan frente a sus despachos, parece a
todas luces un chiste de mal gusto. Sobre todo cuando, en público, dicen que aún falta
mucho, que no están pensando en esos asuntos, y que lo primero es el País.
¡Pamplinas!
Es poco
serio, y hasta una falta de respeto a los uruguayos, que el señor
ministro del Interior no considere urgente ni necesario interrumpir sus vacaciones para hacer frente a la feroz ola delictiva que azota
el Este del Uruguay (que no sólo ha supuesto cuantiosas pérdidas materiales a connotados veraneantes sino también un duro golpe a nuestra imagen de "destino seguro"), pero sí estime conveniente sacar sus pies del agua y dejar la
caña de pescar a un lado para participar de una reunión partidaria. Quizás, para tener una ligera medida de las cosas, sería
bueno que el señor ministro le preguntara a los miles de compatriotas que viven de la actividad turística, y cuyos
ingresos dependen de que los "ricachones" vengan a “lagartear” a nuestras playas (Mujica
dixit), qué consideran más importante, ¿no?
Cuando uno
lee noticias como éstas, primero se indigna, y después –si nos tomamos el trabajo de prestarle atención a
la entrelínea- entiende cómo viene la mano. Primero, que a diferencia de lo que
proclaman algunos entusiastas, la mayoría está disconforme con la marcha de SU gobierno, y saben bien que sus logros –los que creen que pueden transformar en votos- se resumen en un boleto de ómnibus. Segundo, que Tabaré Vázquez no es
imbatible como lo pintan; es humano, mal que le pese a su club de fans, y carga
con una mochila de contradicciones, desaciertos y defecciones ideológicas, que lo hacen antipático tanto para la
izquierda radical (la que no le perdona su amistad con Bush y su vínculo con el
FMI, por solo mencionar dos perlas del largo collar que lo adorna) como para todos
aquellos que temen la vuelta de los José Díaz y las Daisy Tourné y su
roussonianismo de bolsillo. O sea, ¡la mayoría! Tercero, que carecen de propuesta ("El Programa", aquel con el que hacían gárgaras en el pasado, se convirtió en un sello de goma, en una suerte de excusa retórica para mantener la unidad y vender la imagen de que son de izquierda), así como también de atractivo para
las nuevas generaciones. ¿Qué pueden ofrecer? ¿Más de lo mismo? ¿Un casi octogenario rodeado de carcamanes formados en la lógica binaria de la Guerra Fría? Están en un
callejón sin salida, y lo saben.
Pero más allá de
cualquier elucubración, lo que importa destacar aquí es que la fuerza política
que nos gobierna tiene como prioridad “volver a ganar”, y el resto de nosotros,
pobres mortales, que las cosas funcionen. La distancia es abismal. Mientras unos pocos quieren asegurarse el
silloncito, el aire acondicionado y el auto oficial, la mayoría queremos que no nos
roben, que las escuelas no se caigan a pedazos y que nuestros hijos aprendan a leer y a escribir dignamente. No me parece que pidamos demasiado. Son deseos burgueses, lo sé, pero mucho menos onerosos que los otros, sin duda.
Por ahora, no cabe otra cosa más que esperar (hacer) que las cosas cambien. Pretender que las prioridades de nuestros gobernantes coincidan con las nuestras parece ser algo tan difícil de lograr como querer hacer un moño con dos paralelas.
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